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“Una red que une el pasado con el presente a la vez que nutre nuestra identidad y memoria cultural». Así comenzó por definir el patrimonio cultural Leyla Cuenca, arquitecta de la Unidad de Patrimonio Cultural de la Dirección de Cultura de la Universidad del Zulia, durante su ponencia ponencia, LUZ: Transformación de la memoria construida, en el Seminario “Visiones contemporáneas sobre patrimonio cultural”. «El pasado es la huella de los testimonios físicos y el cúmulo de experiencias culturales transmitidas de generación en generación, y el presente permite una relectura dinámica de la diversidad de los bienes heredados, manifiesta en la apropiación social”, continuó.
Cuenca presentó la transformación de la memoria construida de la Universidad del Zulia a través de un recorrido en imágenes por las distintas edificaciones que han sido sede de esta casa de estudio hasta la conformación de su planta física actual.
Comenzó explicando cómo la universidad abrió sus puertas por primera vez el 11 de septiembre de 1891 en el antiguo convento de San Francisco, una edificación del siglo XVII ubicada en la Plaza Baralt, hoy desaparecida luego de su demolición en 1956. Luego de 13 años de funcionamiento, la universidad fue clausurada en 1904 por orden de Juan Vicente Gómez. Entonces en el mismo sitio se reabrió el Colegio Nacional de Varones, elevado a liceo en 1936, con el nombre de liceo Baralt.
A finales de 1930, en el plan de urbanismo para la ciudad de Maracaibo, se proyectaba una zona educativa hacia el norte. El Ministerio de Obras Públicas elaboró el proyecto Universidad del Zulia-Liceo. Reseñó Cuenca cómo “el diseño comprendió la construcción de tres módulos en forma de U, en cuyo centro estarían una plaza con una fuente y el edificio correspondiente al auditorio”. El liceo Baralt se instaló en 1940 en el nuevo edificio, pero la universidad se mantenía cerrada. Mientras, esta zona se consolidaba con edificaciones como el Hangar y el Aeródromo de Maracaibo, el Hospital Quirúrgico, la plaza Dr. Marcial Hernández, el Banco de Sangre y el Instituto Anatómico, edificios de importancia en la historia de la universidad.
Luego de múltiples intentos, el 1 de octubre de 1946 la Universidad del Zulia reabrió sus puertas con las facultades de Derecho, Ciencias Físicas y Matemáticas, Ciencias Médicas y la Coordinación General de Cultura. Debido a la ausencia de un edificio adecuado para su funcionamiento, el movimiento obrero le cedió su sede, emplazada en el sector de La Ciega, cercano al casco histórico. Esta edificación, de estilo neocolonial, fue rehabilitada recientemente para albergar la facultad Experimental de Artes.
En 1950, continuó la arquitecta, se concluía la construcción del Instituto Anatómico y los estudiantes de la facultad de Medicina, ante el hacinamiento existente en el edificio de La Ciega, reclamaron su traslado para un nuevo edificio ubicado en las cercanías del Hospital Quirúrgico. En la misma década se inauguraba la residencia estudiantil universitaria, que luego pasó a ser la sede del Rectorado de la Universidad del Zulia en el año de 1963. Con la construcción de la facultad de Ingeniería de Petróleo (1958), proyectada por el arquitecto Carlos Raúl Villanueva, cercana al Hospital Universitario y la residencia estudiantil se conformaba un centro educativo-asistencial hacia la zona norte de la ciudad.
En ese mismo año, agregó Cuenca, se instalaba un nuevo Comité pro-Ciudad Universitaria y ya para 1959 se lograba la donación de 640 has para su desarrollo; al año siguiente entraba en funcionamiento la Junta de Planificación Universitaria que concebiría el proyecto del campus. En 1962 esta junta entregaría el Plan Piloto de la Ciudad Universitaria y colocaba la primera piedra del conjunto conformado por las facultades de Derecho, Humanidades y Educación, y Ciencias Económicas y Sociales, inauguradas 5 años después. A estos edificios le siguieron las facultades de Odontología, facultad de Veterinaria construidos en la Ciudad Universitaria y los nuevos edificios para Agronomía y Arquitectura, dentro del conjunto de Ingeniería.

El antiguo aeropuerto Grano de Oro se rehabilitó como sede de la facultad Experimental de Ciencias en 1967, el cual fue declarado Patrimonio Histórico de LUZ en 1974. Siendo el Museo de Arte Contemporáneo del Zulia (1998) y la nueva sede del Rectorado (2006-2007) los edificios más recientes que forman parte del patrimonio edificado de la Universidad del Zulia.
Basada en su experiencia en el campo de la conservación del patrimonio, Leyla Cuenca aclaró algunos principios y consideraciones a tomar en cuenta en esta difícil tarea. Hizo hincapié en que no todo es patrimonio; aún cuando el hombre siempre quiere dejar su huella, “las ciudades son orgánicas, por lo cual se deben propender los cambios que añadan valor y no que resten”. En este sentido, apuntó hacia qué debe conservarse, por qué y cómo hacerlo. Por lo tanto, explicó, el proceso de selección debe responder al conjunto de los valores estéticos, históricos, científicos o sociales, atribuidos al bien patrimonial, “teniendo siempre presente que esta valoración está sujeta a los referentes de la sociedad, porque lo que hoy es patrimonio, mañana puede no serlo”.

Hoy día, la obra se concibe como un documento, pero la materia es efímera, apuntó Cuenca, a pesar del empeño tecnológico que se ponga en evitarlo. Señaló además como la mayor parte de los factores que originan deterioro en el bien patrimonial es producido por agentes externos: robos, tráfico de obras, mercado del arte, conflictos armados, catástrofes naturales, guerras, entre muchos otros. En este sentido, afirmó que los criterios de intervención de un bien patrimonial han cambiado y “los principios como la mínima intervención, la distinguibilidad y la reversibilidad, propios de los criterios utilizados en las restauraciones del siglo XX, hoy son objeto de debate”.
Para finalizar, la arquitecta insistió en la necesidad de la participación de distintas disciplinas en las intervenciones de los bienes patrimoniales y, en medio del caos e incertidumbre del momento actual, exhortó a establecer conexiones, redes de trabajo, compartir miradas, recursos y apostar por las buenas prácticas, “porque estamos seguros que las buenas intenciones no bastan”, concluyó.
Relatoría realizada por: Grupo 4 editores: Maruja de Carruyo, Elisa Quijano, Beatriz Suárez y Nereida Petit.
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