Ziegler: “El Salón Elíptico de la Asamblea Nacional es nuestra Capilla Sixtina”

Registro fotográfico: Luis Chacín.
María Magdalena Ziegler. Foto Luis Chacín. Caracas, 2016

Lisseth Boon

El Palacio Federal Legislativo, sede de la Asamblea Nacional (AN), alberga un tesoro patrimonial de gran importancia no sólo para Venezuela sino para América Latina. Su reapertura física, determinada por la instalación del nuevo parlamento desde enero de 2016, es una convocatoria a conocerlo para valorar la identidad nacional como parte de los deberes ciudadanos.

Así lo considera la historiadora de arte y profesora de la Universidad Metropolitana de Caracas (Unimet), María Magdalena Ziegler, quien realizó un recorrido por las obras artísticas del Capitolio en el foro “Patrimonio Cultural y Asamblea Nacional”, que tuvo lugar el martes primero de marzo de 2016 en la Unimet.

Organizado por el Institutional Assets and Monuments of Venezuela (IAM Venezuela) y el Departamento de Humanidades de la Unimet, el encuentro reunió a expertos en el área de historia y patrimonio para evaluar el significado de las obras de la AN en la identificación cultural del país.

“La riqueza patrimonial ligada al Palacio Legislativo es enorme, comenzando por su propio edificio”, describe Ziegler. “Por ironías de la historia patrimonial venezolana, el poder legislativo, deliberativo y plural por naturaleza, tuvo sede gracias a las gestiones del general Antonio Guzmán Blanco, conocido más por sus cualidades de autócrata que de demócrata”.

Hasta la construcción del Palacio Federal Legislativo , el edificio más alto de la Caracas de finales de siglo XIX era la Catedral hasta que se levantó el Capitolio sobre un solar donde originalmente se encontraba el convento de las Hermanas de la Concepción desde el siglo XVII, que no sobrevivió a las órdenes de expropiación de Guzmán Blanco, relata Ziegler. “El militar llegó a la presidencia en 1870 con gran ímpetu para cambiar la faz de Caracas. Quería convertirla en la París de América”.

La Junta de Fomento del gobierno guzmancista se encargó de construir la sede, cuyo costo inicial fue de 171.850 bolívares de la época, tasado en plata ley. El ingeniero Luciano Urdaneta asumió la obra devengando un sueldo de Bs. 600, más una recompensa si lograba poner en funcionamiento el edificio a más tardar en febrero de 1873, describe la historiadora.

La construcción del Palacio Legislativo comenzó el 21 septiembre de 1872. “Se condujeron al ritmo de una operación militar: más de 400 obreros y artesanos trabajaron sin parar, incluyendo domingos y feriados. Era tal el entusiasmo que cada vez que una sección concluía, se anunciaba con fuegos artificiales”, detalla Ziegler. Incluso, ante una eventual escasez de cal, se pensó prohibir cualquier otra construcción en Caracas hasta tanto el edificio no fuera terminado por completo.

Una manera de entender la magnitud de esta obra en la Caracas decimonónica es revisar las arengas que hiciera el historiador José María Rojas a trabajadores y obreros el 13 de febrero de 1873, cuando ya se vencía el plazo para la entrega, cuenta Ziegler. Evocando a Napoleón El Grande en su batalla de Egipto, quien dijo “soldados, desde lo más alto de estas pirámides, 40 siglos os contemplan”, Rojas les anunció a los criollos: “operarios del Capitolio, al pie de esta muralla, la ciudad entera os contempla para darles una silva horrorosa si no acabáis la obra a fin de este mes”.

El tiempo apremiaba. Cinco días después, a las 11 de la noche del 20 febrero de 1877, faltando solo una hora para que Guzmán Blanco finalizara el periodo de gobierno conocido como el Septenio, “El Ilustre Americano” recibía el edificio suficientemente adelantado para que el Congreso comenzara a funcionar.

En el acto de instalación, el caudillo declaró: “el Capitolio no debe considerarse como un simple edificio sino como un monumento de la Revolución de abril. Le he fabricado para que el Congreso de la patria encuentre en el representado el comienzo de una nueva era de libertad, progreso y civilización. Como consecuencia de las aspiraciones del gran movimiento que he presidido”, recuenta Ziegler.

Para la edificación de la sección sur, Guzmán Blanco contrató los servicios del pintor caraqueño Martín Tovar y Tovar para retratar 30 próceres de la independencia y hombres distinguidos que decorarían el congreso, hoy día en el Salón Elíptico.

Para la marquetería, artesanos españoles trabajaron más de 50 tipos de maderas preciosas. El costo del mobiliario, traído enteramente desde Europa, ascendió a Bs. 50 mil.

Después de terminar la sección sur, se inició la construcción de los dos brazos laterales por un monto de 316.310 bolívares. En 1876, Guzmán Blanco decretó el levantamiento del Palacio Federal, destinado a ser sede del Ejecutivo, ubicado al norte del Legislativo que ya funcionaba en el ala sur. “No se escatimaron gastos en esta obra porque sería el despacho ceremonial del jefe de Estado, una especie de salón del trono del presidente de la República”, cuenta Ziegler. Los trabajos fueron supervisados muy de cerca por el propio Guzmán Blanco hasta 1889.

La presidencia de la República cambió de sede en 1911, cuando el general Juan Vicente Gómez compró el Palacio de Miraflores para convertirlo en la sede del Ejecutivo, dedicando la edificación del centro de Caracas por entero a albergar el poder Legislativo.

Un tesoro en el cielo

Salón Elíptico en 1910
Salón Elíptico en 1910. Wikimedia

En 1884, Guzmán Blanco, de vuelta por segunda vez a la presidencia, contrató nuevamente a Tovar y Tovar para ejecutar una serie de pinturas sobre temas épicos de gran formato, específicamente sobre las batallas de Carabobo, Boyacá, Junín, Ayacucho, Convenio de Coche -que puso fin a la Guerra Federal-, y una alegoría a la paz y progreso. El encargo tuvo un monto de Bs. 400 mil que equivalían a 996.842 dólares de la época.

La Batalla de Carabobo fue especialmente concebida por el pintor para cubrir el plafond de la cúpula del Salón Elíptico. Tovar y Tovar solicitó el levantamiento especial de los planos al ingeniero Frederich Martinez Espino, quien no conforme con las medidas en papel, realizó una pequeña maqueta de la cúpula, al mejor estilo de los pintores barrocos del siglo XVII.

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Fragmento de la Batalla de Carabobo, por Martín Tovar y Tovar, en el Salón Elíptico del Capitolio. Caracas. Wikimedia.

Tovar y Tovar viajó especialmente a París para realizar todo el lienzo de 26 por 13 metros. Allí tendría el apoyo técnico necesario para terminar exitosamente una obra tan completa, describe Ziegler. El 27 diciembre de 1887, tres años después del encargo oficial, llegó a La Guaira el vapor que traerá consigo el lienzo de la batalla de Carabobo, junto con el maestro Tovar y Tovar y el conjunto de técnicos franceses que lo ayudarían a instalarlo en la cúpula del Salón Elíptico.

El 28 octubre de 1888, día del onomástico del Libertador, se inauguró el Salón Elíptico con la Batalla de Carabobo pintada en la cúpula, una obra “con un mérito artístico inigualable en la historia del arte en Venezuela. No se trata de un solo lienzo sino de muchos invisiblemente liados entre sí, adosados a una sobrecúpula de madera, cubierta a su vez por otra del mismo material para ser rematada por la cúpula de bronce”, ilustra Ziegler.

Salon_ElipticoPara la experta, ninguna reproducción hace honor a la batalla de Carabobo de la AN. “No hay foto que haga justicia a una de las obras más singulares de la historia del arte, no sólo de Venezuela sino de todo el continente. Para apreciarla, hay que mirar hacia arriba y girar sobre su propio eje, una acción que nos hace partícipes de la máxima épica de nuestros libertadores. Todo sucede arriba, en el empíreo, antes reservado a los milagros y las divinidades”.

Ziegler no duda en afirmar que el Salón Elíptico (llamado así por la forma elíptica de su cúpula) es el espacio artístico más importante de la historia del arte venezolano. “Es, sin más, nuestra Capilla Sixtina, que se divide a su vez en los salones amarillo, azul y rojo, que aluden a la bandera”.

Hoy en día, el salón Elíptico se emplea para las ceremonias de Estado más importantes. después de permanecer secuestrado durante años, recientemente se abrió a las visitas de los ciudadanos comunes.

Registro fotográfico: Luis Chacín.
Foto Luis Chacín

Allí se encuentra también desde 1877 el retrato que hiciera a Bolívar en vida el limeño José Gil de Castro en 1825 y que tanto alabaría el Libertador por su parecido. Preside la galería de retratos encargados a Tovar y Tovar, aparte de los realizados por Antonio Herrera Toro, Emilio Maury, Carlos Rivero Sanabria y Tito Salas.

Al pie del retrato de Bolívar se encuentra el arca que contiene el original del acta de Independencia de Venezuela, rematado con un busto del Libertador, el cual fue encargado en 1811 por Gómez para resguardar el documento fundacional.

Después de la Batalla de Carabobo, el lienzo más importante es la Firma del Acta de Independencia, encomendado por Guzmán Blanco a Tovar y Tovar en 1883 para ser ubicado originalmente en la Cámara del Senado que funcionaba en la capilla Santa Rosa de Lima, ubicada en el Consejo Municipal de Caracas.

En el ala norte del Palacio Federal Legislativo no solo está el Salón Elíptico. También se encuentra el Salón del Tríptico, encargado por Gómez en 1911 para conmemorar el primer centenario de la Declaración de la Independencia; y el Salón de los Escudos (1952-1954) donde está el cuadro de Pedro Centeno Vallenilla, inspirado en Silva a la agricultura en la zona tórrida de Andrés Bello, ordenado por Marcos Pérez Jiménez.

“El conocimiento y estudio del patrimonio es un deber ineludible para todos”, considera Ziegler. Aunque el palacio fue concebido por militares, es la sede de la institución civil por excelencia: el parlamento. “No se trata de destruir lo que artística y culturalmente es tremendamente valioso, y construir sobre una identidad civil sobre sus ruinas. Más bien hay que exorcizar de una vez por todas la presencia militar en la República. Comprenderla en su historia e interpretarla a la luz de los valores ciudadanos y civiles y republicanos modernos”.

Para la historiadora, “los bienes patrimoniales tienen sentido si los conocemos, si se comunican con nosotros; si cuentan con un espacio en nuestra identidad y más aún en nuestros afectos. Lo mismo vale para el país y sus instituciones. Si no sabemos cuáles son sus funciones, no podemos exigir eficiencia y acciones oportunas para el bienestar de todos. Es el momento de ejercer la ciudadanía más allá del sufragio. Nuestro patrimonio cultural y el país así lo demandan”.

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