Armando Reverón

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Armando Reverón fue un obseso de la luz, que pretendió atrapar en sus lienzos con el mismo desorbitado empeño con que el poeta persigue la palabra.  Y todo es infructuoso y bello, inasible y absoluto. Como un cuadro que no solo es autorretrato, o figura, o naturaleza muerta, o paisaje o desnudo de mujer, temas recurrentes en él, sino un espacio donde dejaba asomar en azules, blancos enceguecedores, o sepias, los conocidos períodos cromáticos del maestro, su mundo interior inabarcable.

Había nacido en Caracas en 1889, como hijo único de un matrimonio disfuncional compuesto por Julio Reverón Garmendia y Dolores Travieso Montilla de Reverón. A la ausencia del padre, que muy pronto abandonó a la esposa y al pequeño, se le sumó el alejamiento de la madre por su traslado a una hacienda de Valencia en su edad escolar. Vio cambiar entonces a sus maestros salesianos del Colegio de Bellas Artes, por los del colegio Cajigal de esa ciudad central. Pero allí encontró la calidez de los Rodríguez Zocca, amigos de Dolores que lo acogieron como a un hijo. Y también halló en ese hogar el entrañable afecto de Josefina, la hija menor de la familia para quien fabricase los juguetes y muñecas que mucho tiempo después reeditaría en El Castillete, su recinto iniciático en Macuto que fue tragado, para tragedia del patrimonio cultural del país, por el deslave de Vargas de 1999.

En esa época solía acompañar a su tío abuelo materno, Ricardo Montilla, a sus clases de pintura, quien había estudiado en una academia en Nueva York. Empezaba el niño Reverón a mostrar su habilidad para el dibujo con las copias de algunas obras. Pero una fiebre tifoidea se ensañó con él a los 12 años, dejándole secuelas psicológicas para siempre, según su médico psiquiatra José Báez Finol. Sería esta la causa de sus manías y de su prolongada permanencia en casa por la imposibilidad de realizar estudios académicos regulares. Esta situación no solo cincela su conducta, sino también el talento para la observación y el dibujo. Y quizá su fascinación por los juegos de colores que obraba la luz en aquella hacienda familiar de grandes distancias y desbordada naturaleza.

En plena adolescencia, a los 14 años, regresa con su madre a Caracas, tras la muerte de su papá. Aquel joven de inquietudes artísticas había conocido ya el estudio de Juan Antonio Michelena, padre de Arturo Michelena, cuando se inscribe en la Academia de Bellas Artes de Caracas, en 1908. Al año siguiente una huelga, en la que se abstiene de participar, lo obliga a desandar el camino a Valencia por una temporada, en donde realiza sus primeros cuadros religiosos y naturalezas muertas.

Terminados sus estudios de la academia en 1911, y por gestiones del entonces director de la misma, Antonio Herrera Toro, recibe una beca para estudiar en Europa. Reverón viaja a Barcelona, España, y se apunta en la Escuela de Artes y Oficios de Barcelona, o Escuela de la Lonja, y luego, tras una breve estancia en Caracas, arriba a la Academia de San Fernando, en Madrid.

Y se deja seducir no solo por las lecciones de la escuela española, sino por la cultura ibérica, con sus toros y ricos matices, pero sobre todo por la pintura lúcida, trágica y grotesca de Francisco de Goya, genio precursor de las vanguardias pictóricas del siglo XX.

De allí pasa a París por un breve período, interrumpido por el inicio de la Primera Guerra Mundial, cuando regresa a España y luego a Venezuela en 1915. De esa etapa, entre uno y otro destino, llama la atención en su pintura la ausencia de tonos blancos, Reverón consideraba que el color estaba ya en el fondo del soporte.

Ya en Venezuela, participa en encuentros y exposiciones con sus contemporáneos del Círculo de Bellas Artes: Manuel Cabré, Rafael Monasterios, Federico Brandt y César Prieto, entre otros. A pesar de que formalmente se mantiene al margen de la agrupación, comulga con ellos en la subversiva búsqueda del color fuera del estudio, como en ese mar que rompía sus azules en la costa y que tanto lo acercó a su amigo Nicolás Ferdinandov, simbolista ruso obsesionado con las profundidades marinas y atmósferas nocturnas que llegó al país en esos años, y que influyó notablemente, junto con el cromatismo sombrío del español Ignacio Zuloaga, en su conocido período azul. En esta etapa (1915 a 1924), que se registra desde su regreso de España, pinta obras brumosas, veladas, con rasgos apenas perceptibles, en donde predominan aquellas atmósferas marinas y la luz del lugar que pueden apreciarse en su Mujeres en la cueva (1919), Marina, Paisaje, Fiesta en Carballeda, entre otras.

Reverón decide, como el propio creador ruso, trasladarse a Macuto, en donde levanta El Castillete en un terreno comprado por su madre Dolores. Allí hizo de esa casa taller, que construyó junto con su compañera de vida y musa Juanita Mota en 1921, un espacio personal donde conjuga lo autóctono y lo agreste con su arte irreverente y único. Allí habitó con él, también, el vacío que le dejó la muerte de su hermana Josefina, en 1917, por lo que llenaría el lugar de aquellas muñecas y títeres de su infancia mientras se va operando un verdadero vuelco tanto en su obra como en su personalidad, una mezcla de convicciones estéticas y toda suerte de rarezas que va marcando la conducta del “Loco de Macuto”.

Y llega lo que Alfredo Boulton (fotógrafo, coleccionista y conocido por su historiografía sobre el pintor) llamó el período blanco, que se prolonga de 1925 a 1936, caracterizado por una especie de “deslumbramiento” y la casi total ausencia de elementos perceptibles en el cuadro. Reverón pinta la luz, más que las formas propias del paisaje local (del cual nunca se desprendió totalmente) o las figuras y escenas que representa. “Con pocas pinceladas, trazos simples y fúlgidos, manchas destellantes y enérgicas raspaduras, trabajó la cegadora claridad del trópico como nadie lo había hecho antes en la historia de la pintura universal”, dicen Julio Alejandro Wilckock y Francisco Machalskys en el artículo Armando Reverón, maestro de la luz. Y ahí está, refrendando esta opinión absoluta, su Luz tras mi enramada, entre otras obras maestras de esa época.

En 1933 Reverón había ingresado por primera vez al Sanatorio San Jorge, dirigido por el Dr. José Báez Finol, por sus frecuentes crisis nerviosas y poco a poco abandona el blanco para sumergirse, ya de lleno para 1940, en la genial locura de su período sepia, en el que predominan cuadros de gran formato con autorretratos, paisajes, desnudos, personajes populares y, de nuevo, las muñecas de trapo y los títeres. En esa etapa crea colores a partir de los elementos de la naturaleza, y “hasta de la basura”, y convertía cualquier soporte en lienzo de su búsqueda impenitente.

“Reverón siempre pintó en sus monumentos de lucidez. Lo que se diga al margen puede considerarse como una falta de conocimiento de su personalidad” diría el Dr. Báez Finol, psiquiatra de cabecera del maestro.

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Patio del Sanatorio San Jorge, 1953.

Con el color sepia, como una premonición, llegó el ocaso del hombre: tras una intensa actividad creadora, su estado físico y mental empeora hasta su reclusión definitiva, en la cual pinta sus últimos cuadros entre episodios psicóticos y preclara genialidad, como su paisaje El patio del sanatorio San Jorge, de 1953. Muere a los 65 años por una crisis de hipertensión el 18 de septiembre de 1954.

Pero el sepia no trajo consigo la decadencia del genio… Si es difícil domesticar la palabra, por ello los buenos poetas son tan escasos en el mundo, ¿cómo hacerlo con la luz? Reverón lo logró. Con ella escribió hasta el final, en traslúcido trazo, de sus manías, de sus maestros y amigos, de sus recuerdos, de sus paisajes, de sus amores y de sus renuncias. Una obra que conmueve tanto como su vida, porque ambas se entrelazan y superponen para hacer de su nombre una de las más altas referencias de las artes plásticas de Venezuela.

Su obra fue declarada Bien de Interés Cultural de la Nación en 2014, según Gaceta Nro. 40 443. Y desde mayo de 2016 sus restos reposan, tal vez a su pesar, en el Panteón Nacional.

Fuentes consultadas

Armando Reverón. Calzadilla, Juan. Editorial Armitano, 1979.

Diccionario biográfico de las artes visuales en Venezuela, Galería de Arte Nacional

Las formas y las visiones. Picón Salas, Mariano. Ediciones GAN

Testimonios sobre artes plásticas. Liscano, Juan.  Ediciones GAN, 1981

“Reverón”. En biografíasyvida.com http://www.biografiasyvidas.com/biografia/r/reveron.htm. Consultado el 23 de febrero de 2017.

Pisardi Pardi, Napoleón. “El Dr. Hector Artiles Huerta y Armando Reverón”. En Escritossalvajes.com, 27 de abril de 2011. http://escritosdeunsalvaje.blogspot.com/2011/04/el-dr-hector-artiles-huerta-y-armando.html. Consultado el 24 de febrero de 2017.

Wilckock, Julio Alejandro y Machalskys Francisco. “Armando Reverón, Maestro de la luz”. En Solo50.com. Mayo de 2014. https://solo50.wordpress.com/2014/05/09/armando-reveron-maestro-de-la-uz/. Consultado el 24 de febrero de 2017.

Investigación realizada por Nilda Silva F. / Xiomara Jiménez.

 

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