Los pocos libros que quedan de don César Acosta Saldaña son un tesoro para los barineses que los poseen. Y no es para menos: el primer cronista de Barinas supo condensar la capital llanera en la tradición y en la anécdota. Hoy es un espejo fidedigno de la barinidad.
Marinela Araque Rivero / @araque_marinela. 24/3/2018.
Tras la muerte temprana de su padre, el pequeño César Acosta vendía por las calles terrosas de la Barinas de finales del siglo XIX las arepas fritas y de budare que hacía su mamá para mantener la dignidad en la pobreza. Iba de casa en casa, observando todo, caminando el paisaje barinés, metiendo anécdotas en su botija de recuerdos, conociendo gentes, acumulando historias. Tras el mandado de cada día, llegaba a leer, a estudiar escritura y doctrina cristiana, común en aquella época. Luego el tiempo hizo lo suyo para convertir a aquel niño en el primer y más entrañable cronista de la ciudad que lo vio nacer en un todavía humeante 1884, tras las guerras fratricidas de la Venezuela decimonónica.
Antigua calle Real de Barinas, donde transitaba don César Acosta Saldaña, el primer cronista de Barinas. Foto archivo del cronista de Barinas, circa 1926.
Nada escapaba de su mirada al desnudar día a día el cuerpo de Barinas, como lo escribiera años después: “Las ruinosas calles de la prócer ciudad y nobiliaria urbe que me vio nacer. Ciudad que para ese entonces tendría una longitud de seis cuadras y no más de cinco manzanas de latitud o de ancho”. En ese entonces, la ciudad daba lástima porque estaba en la miseria.
Con una cautivante sencillez literaria, este personaje fue tejiendo con hilos de recuerdos una multiplicidad de acontecimientos ocurridos en la ciudad que indican su íntima relación con su suelo nativo. Don César Acosta Saldaña se levanta entonces como un testigo de excepción de los procesos históricos de la ciudad de Barinas durante los siglos XIX y XX. Por ello su palabra sin pretensiones, pero cargada de barinidad, es valorada por los barineses que buscan un pasado común para comprenderse y explicarse en estos tiempos de fuga y desaliento.
Sin embargo, pese a inscribir indeleblemente su nombre en la historiografía local, sus libros sin reeditar están a punto de desaparecer bajo el polvo de bibliotecas y archivos de la ciudad. Los pocos ejemplares que quedan son apreciados como un tesoro por quienes los poseen.
Por amor a Barinas
Las crónicas de don César Acosta Saldaña son de una cercanía sin poses. Su manera de destacar la vida pueblerina de la época y las enfermedades que la afectaban, los avances de la arquitectura y las tradiciones, la llegada de la modernidad y la añoranza por el pasado lo llevaron a revivir un período de su existencia que plasmó en sus libros, dejando asomar por entrelíneas su amor por Barinas.
César Acosta Saldaña conoció la modernidad cuando llegaron los vehículos a Barinas, en la década del 50. Foto Oficina del Cronista.
“Sin el privilegio de la inteligencia y la instrucción requeridas” del oficio de escritor, como solía decir, pero anteponiendo el espíritu de una vida intensa desglosaba historias hilvanadas de un hombre en su madurez, como deseando devolverle a su tierra la sabiduría que una vez esta le prodigó, porque se sentía parte de ella.
Su capacidad de ponerle tinta y sentimiento a la narrativa oral llanera permite que las generaciones de hoy se reencuentren con ese pasado casi incólume en las páginas de sus libros.
Estas cualidades lo hicieron merecedor del título de cronista de la ciudad, tal como lo expresara Ciro Benítez (1973): «Don César Acosta vierte en estas páginas toda una gama de hechos vividos desde su temprana edad, como también anécdotas de su ciudad natal, a la que estoy unido por lazos de afecto y nostalgia, y de otras regiones del estado, con acucioso mérito. («¦) Sin tener una preparación académica y sin los humos de un humanismo versado en ciencias literarias, ha contribuido mucho, quizás más que los más autorizados en la materia, dar a conocer a estas generaciones el acontecer y los avatares de la vida barinesa, todo esto sin fines lucrativos, porque su honestidad de hombre de bien y meritorio se lo impiden. Por estas razones, el Concejo Municipal le ha otorgado a don César, por méritos suficientes, el título de “Cronista de la ciudad de Barinas”.
Don César Acosta vivió en pos de los recuerdos, concentrándose en la cotidianidad y, sobre todo, dispuesto a indagar y escribir sucesos “preexistentes y anteriores”. Y se mantuvo lúcido hasta el final de su longeva vida.
Barinas en dos tiempos
De esos casos que son casi únicos, don César Acosta tuvo la satisfacción de sentir, comprender y escribir sobre la ciudad de Barinas de finales del siglo XIX y comienzos del XX, pues él mismo vivió entre ambos siglos.
Su constante inquietud respecto a la “pálida instrucción literaria” que poseía, le permitió reconocer en sus libros su carencia de estilo y erudición. Características que atribuía al historiador profesional, de allí que aceptara cual ávido aprendiz cualquier sentencia o crítica pública, actitud que lo aquilató y le aporta una dimensión simbólica y humanística al estudio de su obra.
Un hombre de bien obsesionado por contar la historia y la cotidianidad, lo grande y lo pequeño de la ciudad donde creció escuchando el fragor del impetuoso río Santo Domingo.
Croquis de Barinas para 1909, se observa el río Santo Domingo. Foto archivo Oficina del Cronista.
Recuerdos de infancia
Don César Acosta Saldaña había nacido en Barinas el 18 de octubre de 1884, en las postrimerías del siglo XIX, cuando la ciudad ofrecía un aspecto ruinoso y deprimente. Algunos de los ostentosos edificios antiguos se mostraban abandonados, despojados de su glorioso pasado, en palabras de Rafael Cartay (1990), “la desidia les había roto el corazón, y convertidos en una caricatura de lo que fueron”.
Así era la ciudad de Barinas cuando nació don César Acosta Saldaña en en 1884. Foto archivo oficina del cronista de Barinas.
Don César apreció los vestigios de mansiones en ruinas de la ciudad. Archivo Oficina del Cronista Barinas
A principios del siglo XX Barinas se iba olvidando de su pasado glorioso. Foto archivo Oficina del Cronista Barinas, circa 1910.
Av. Medina Jiménez, adyacente a la Casa Pulideña. Al fondo, el hogar de la familia Acosta Wilchez. Foto Ramón Contreras, 1955.
En esa época la vida social de los barineses transcurría en visitas familiares, misas, conmemoraciones de las fiestas patrias, celebraciones carnestolendas, Navidad y Semana Santa. A pesar de la monotonía de aquel ambiente, y de la mediocridad que anunciaba la ciudad, de allí salieron intelectuales de valía. Es el caso de este personaje, cuyos padres fueron Carlos Ramón Acosta Canales y Teodosia Saldaña. A los dos años de edad queda bajo el solitario cuidado de la madre en su casa de la actual avenida Medina Jiménez, tras la muerte de su padre.
Años después relató sobre el particular: “Plegado al traje de una mujer que sollozaba sin consuelo, él también, aunque ignoraba el significado de aquel extraño acontecimiento, vertía lágrimas y quejas, las que secaban y apagaban con el vestido enlutado de aquella mujer, era su madre abnegada y fiel, la que con su llanto y entrecortada conversación, le señalaba el féretro y le instruía de la ausencia eterna de su progenitor.”
Era su madre, doña Teodosia, la que le otorgó sentido a esa etapa de su niñez, además de orientarlo por el camino del trabajo, la honradez y la escritura. A partir de entonces, ella se convirtió en el centro de su vida. La autoridad de su madre y el amor al trabajo cobraron un valor fundamental en el joven César. Ella le dio el ejemplo, pues elaboraba dulces, guisos condimentados, algodón casero, fabricaba velas de graso y jabón para sacar adelante a su familia.
También hacía arepas fritas y de budare para que su pequeño hijo, César, las vendiera a domicilio. A partir de este momento, el niño inicia su recorrido por las calles de la ciudad para vender de casa en casa los productos elaborados por su madre. De esta manera, contribuye con el presupuesto familiar mientras se instruía en el estudio de la escritura y la doctrina cristiana.
Años más tarde ingresa a una escuela pública regentada por un maestro de “carácter irascible, pero inteligente”. En este lugar le propinaron cuatro palmazos que enrojecieron sus manos, incidente que recordaba en forma jocosa: “No fue mayor el sinapismo por haber puesto pies en polvorosa”.
Este castigo lo motivó a abandonar la escuela para evitar “las caricias del maestro”, sarcasmo que dejara colar en una reflexión escrita sobre ese aspecto de su vida. No todos sus maestros fueron así. El cronista recuerda con especial cariño a los docentes don Miguel María Ramírez, el joven Manuel Quintero Mora y doña Pilar de Revuelta y Valdivieso.
Los golpes de la muerte
En donde hoy está el Grupo Escolar Estado Guárico quedaba la imprenta donde trabajó don César Acosta Saldaña. Foto archivo Cronista de Barinas, circa 1948.
El joven César fue creciendo a la par de sus necesidades económicas, por lo que busca trabajo como mesonero en una pensión. Meses después se desempeñó como desempastelador de tipos en la tipografía de la ciudad, para ese entonces ubicada en un local donde funcionaba la antigua casa de gobierno, lugar donde queda hoy el Grupo Escolar Estado Guárico.
Durante el mismo período laboró en la Imprenta Oficial del estado cobrando un salario de diez pesos mensuales. Para esa época, sucedía en Venezuela la Revolución Liberal Restauradora, comandada por Cipriano Casto. Corría el año de 1899.
La imprenta fue cerrada por la violencia de la guerra. El joven Acosta, con 15 años de edad, queda nuevamente desempleado y sin poder cobrar los pesos ganados antes del cierre de la firma. Para colmo de males, en ese tiempo la muerte le arrebata, aún adolescente, a su adorada madre.
No le heredaría bienes materiales, pero sí le dejó bien puestos los valores de la honradez y del cumplimiento del deber que lo acompañarían durante su larga existencia y por los que lo estimarían sus coterráneos.
El golpe seco de la muerte de su madre y no volver a visitar escuela alguna a pesar de sus inquietudes por las letras, no lo desalentó. A punto de cumplir los dieciséis años, desandó el camino hacia su infancia, y como le enseñara Teodosia Saldaña, empezó vender golosinas a domicilio. También aprendió a fabricar cotizas, a reparar armas de fuego, a reforzar ollas de cocina, a forjar el hierro para marcar el ganado, a desyerbar calles empedradas, a cortar leña, a hacer de panadero, de jornalero en los conucos, y hasta a comerciar agua que traía del río.
Pero siempre llevaba consigo papel y lápiz para escribir. Y para no olvidar lo aprendido en la escuelita, Acosta dedicaba horas a la lectura con el deseo de aprender los conocimientos elementales que le permitirían salir de las carencias, como refiere en uno de sus escritos: “Después de 15 abriles procuré el aprendizaje de heterogéneas artes mejor lucrativas y menos dificultades en la consecución del diario alimento para mí y la costilla”.
En busca de trabajo
A finales del siglo XIX con veinte años de edad y con el lema de “honradez y la noción del trabajo”, sale por primera vez de la ciudad de Barinas sobre su envejecido burro. Llega a la población de Torunos, pequeño puerto fluvial ubicado al margen del río Santo Domingo. Le emocionaba situarse sobre el declive del río para ver desfilar las canoas y los bongos. Para esa época, la localidad de Torunos mantenía relaciones comerciales con Puerto de Nutrias.
Antes de llegar a Torunos se encontraba el caserío Caroní, población indígena fundada al margen derecho del caño que lleva el mismo nombre. Apresuradamente caminó por las pequeñas calles de la población y se impresionó con la limpieza de las casas rodeadas por espinosos cactus de diversas especies. Y observó que los pobladores estaban adiestrados en la siembra y producción de cereales y de tubérculos.
En esas andanzas llega a Ciudad de Nutrias. Un poblado en escombros, a su juicio, «casi peor que Barinas». Allí ejerce el oficio de carpintero, dedicando varias horas del día a la construcción de ruedas para carretas tiradas por mulas. Un duro trabajo con mezquinas recompensas.
Así que, cierto día presenta su renuncia. La respuesta del patrón no se hizo esperar: “Por cuenta de quién se va y para dónde”. El joven, armado de dignidad, responde: “Por mi propia cuenta y trabajaré como segundo dependiente en el negocio mercantil del señor Cayetano Moreno”. Allí estaría algunos años, hasta que no toleró el despotismo del nuevo patrón. En un modesto trabajo de vigilante de carpintería logra reunir lo suficiente para regresar a Barinas.
Un nuevo siglo y una nueva familia
A comienzos del siglo XX, se instala nuevamente en su ciudad natal, donde estudia música por nota en la ejecución del clarinete, lo que le abre las puertas, en 1906, a la Banda Oficial de la Sección Barinas.
Don César muestra el clarinete cuando tocaba en la banda de músicos. Digilatlización. Marinela Araque. Año 1980
Banda del estado Barinas, donde tocaba don César Acosta Saldaña. Foto Ibañez, circa 1963.
En ese entonces enferma y para recuperar su salud parte para la casa de su hermano quien vivía en un pueblo de los Andes. En ese lugar, y acobijado por el amor del hermano, recupera la salud y logra salir de la quiebra económica. Pero de nuevo la desgracia llega puntual: aquel hermano, el único que le había prestado ayuda en los momentos difíciles, fue asesinado en una noche oscura cuando contaba con apenas 23 años de edad.
Tras la tragedia, Acosta Saldaña regresa a Barinas para dedicarse al comercio de víveres. Labor que ejerció durante trece años y que alternó con trabajos de mecánica, herrería y otros oficios hasta que, en 1912, llega a la Prefectura Civil de la Gobernación de la Sección Barinas. En 1913 y con 30 años de edad, se casa con Mercedes Wilches Barrientos, de cuya unión nacieron nueve hijos.
Cría y educa a su prole bajo los valores del trabajo y la honradez. Se dedica a escribir y publica sus primeros artículos en los periódicos El Diario Católico y El Centinela, del estado Táchira, y en el Nuevo Diario, de la ciudad de Caracas.
Renuncias honorables
Para 1914 Acosta ingresa a la Prefectura Civil del Distrito Barinas. Durante siete años laboró como canciller de la Corte Superior. Fue nombrado presidente de la Corte Superior; al eliminarse el cargo, sería elegido como fiscal del Ministerio Público.
Ejerció como juez de Primera Instancia en lo Civil y Mercantil del estado Barinas. Sobre esta función escribe en 1925: “El ciudadano al ser investido con el delicado cargo de juez, no se pertenece incuestionablemente: ya que no ha de tener patria, ni sangre, ni carne, considerándose ajeno, y solo propio para el público en lo que tenga relación con las actas de un proceso civil o penal”.
En el cumplimento de esta tarea le correspondió leer con interés los códigos, doctrinas y los prontuarios de casación. Sin duda, la lectura de estos documentos jurídicos le enseñaron jurisprudencia y la aplicación de las leyes.
Durante meses laboró en estos menesteres hasta que renunció luego de que jóvenes graduados en las universidades entraron a ejercer en juzgados inferiores, porque temía que si cualquiera de los nuevos abogados dictaran sentencia y él como juez las revocaba, lo considerarían un “pretensioso” y si la confirmara, lo juzgarían como “un pistola e insipiente lego en jurisprudencia”.
Es natural que un hombre de reconocida probidad y modestia temiera con razón a las hipotéticas habladurías que en su contra pudieran propagarse por la ciudad que tanto amaba. De este modo, le fue más honroso prescindir de su servicio como juez.
Carta enviada por César Acosta a la municipalidad en 1949. Foto archivo Regional de Barinas. Rep. Marinela Araque.
Durante el lapso de 1954 – 1955 es elegido como síndico procurador municipal del Distrito Barinas, cargo que no aceptó. Además, fue presidente de la Junta de Beneficencia y Salubridad Pública del estado Barinas. Durante la gestión del doctor Luis García Monsant, según Decreto Nº 36, de fecha 7 de julio de 1955, es designado como cronista de la ciudad de Barinas con la asignación mensual de trescientos bolívares. Cargo adscrito a la Dirección de Política y Educación de la época.
Posteriormente, fue ratificado en el cargo en el año 1959 por el gobernador del estado Barinas, doctor Luciano Valero. Don César Acosta Saldaña cumplió sus obligaciones como cronista oficial de la ciudad hasta el día de su muerte, el 24 de abril de 1983.
La ciudad escrita de don César Acosta
Don César Acosta Saldaña legó en sus escritos la historia y costumbres de su tierra, sus personajes y sus leyendas. Sus libros publicados son La Barinas de anteayer, de ayer y de hoy, Remembranzas históricas, Bosquejos biográficos de Barinas, Antología, Crónicas regionales y Aconteceres diversos. Algunos de estos, resguardados en las bibliotecas públicas de la ciudad, carecen de portada y presentan desprendimiento de sus hojas. Y aunque han sido recuperados, es necesaria su reedición.
Portada recuperada.Libro Bosquejos Biograficos de Barinas. Digitalización Marinela Araqu
Portada recuperada. Libro Antología. Digitalización. Marinela A.
Portada del libro Aconteceres Diversos de don César Acosta publicado en 1977. Digitalización Samuel Hurtado
Artículo de Aconteceres diversos, libro de don César Acosta Saldaña. Digitalización Marinela Araque.
Artículo publicado en el libro Antología, de César Acosta Saldaña. Digitalización Marinela Araque.
Texto original de una crónica, mecanografiada por don César Acosta en 1975. Archivo Familia Acosta Vilchez.Digitalización Baudilio Mendoza
En su obra y en los numerosos artículos de interés regional que escribió en la prensa de Barinas, Táchira y Caracas, el cronista relata cómo era la ciudad que exploró obsesivamente y su afectuosa relación con ella.
La brutalidad de la guerra
La prensa barinesa destacaba el liberalismo. Digitalización Samuel Hurtado . Archivo. Biblioteca Febres Cordero
Para don César Acosta Barinas siempre fue una ciudad cargada de historia. Durante su vida pudo presenciar cuatro revoluciones o guerras contra regímenes civiles y militares. “Mal o bien constituidas”, como él lo expresara en algún momento, pero fueron guerras al fin: el conflicto armado de 1892 a la que llamaban Revolución Legalista, la Revolución Nacionalista del año 1898, la aclamada como la Revolución Restauradora de 1899, y la Revolución Libertadora, de 1902.
Esas brutales contiendas marcaron la vida de este humilde hombre. Como cualquier barinés de su tiempo, pudo sentir cómo en la ciudad de Barinas las crueldades de estos combates dejaban a su paso un saldo de muertos y heridos, y por ende de madres, viudas, huérfanos y hogares enlutados.
No militó en conflicto bélico alguno, pero pudo ver desde cerca las masacres que dejaban tendidos a los hombres del pueblo, exhalando su último aliento bajo la mirada impotente de algunos paisanos.
Para esa época la ciudad de Barinas y los demás caseríos habían decaído notablemente. En un proceso de treinta y tres años que llevaron del “federalismo al crespista- legalismo”, al ser invadida la ciudad por las huestes guerreras de esa contienda, el primer conflicto bélico que sufriría.
Después de esas luchas armadas, la ciudad había recuperado levemente su agricultura y ganadería solo para el sostenimiento de las tropas acaudilladas en su mayor parte, según él, por “generales o sargentones irresponsables e indisciplinados“.
Nunca olvidó los procesos de reclutamiento en la capital llanera, con el saldo de soldados campesinos que no tardaban en morir a la vera del camino, lejos de sus angustiados familiares. Ni la zozobra de hacendados y peonada, quienes al menor ruido huían a los bosques atemorizados por malhechores que, disfrazados, exhibían la bandera liberal. Ese es el recuerdo que tuvo de la guerra y sus desastres, siendo don César Acosta un hombre de paz.
El silencio perfecto del atardecer
Pero no todo fue triste recuerdo para don César Acosta. La ciudad de Barinas también le ofreció profundos placeres. A pesar de la decadencia de esta, dejó en sus escritos que podía observar de niño las calles oscurecidas por el bosque.
Señorita recogiendo frutas de un árbol. Foto Ramón Contreras Frías, circa 1950.
Veía cómo la maleza ocultaba el empedrado colonial de la ciudad y las verdes trepadoras la cubrían con su pátina centenaria. Tal era el aspecto de la ciudad de Barinas en su infancia, y aún de joven, que recordaba cómo para esa época de aflicción y ocaso podía apreciar sobre los vestigios de sus mansiones en ruinas y en los viejos solares adyacentes a las casas de palmas, una cantidad de limoneros, chirimoyos, ciruelos, anones, guanábanos, granados, pomarrosas, papagayos y muchos frutales más.
Admiraba la robustez y dulzura de estos árboles sin riego ni atención. Y no solo se limitó a saborear los ricos frutos que prodigaban, sino que recalcó cómo las familias más pobres de la ciudad se beneficiaban con la exuberancia de estos árboles, pues elaboraban chucherías de múltiples sabores que vendían por el precio irrisorio de “una chiva” o “un centavo negro” por unidad.
Dolorosamente en la longevidad de su vida pudo percibir cómo con la “extensión notable de la moderna ciudad de Barinas”, los patios y los amplios solares, así como los arbustos frutales pasaron a la historia, y en sus lugares se levantaron nuevas edificaciones, extinguiendo la diversidad frutal de la ciudad.
Don César Acosta Saldaña reseñó la extinción de los frutales de Barinas a expensas de la modernización de la ciudad. Foto Ramón Contreras Frías, década de los 60.
De aquella botija de recuerdos de su infancia y juventud sacó, ya en la ancianidad, cierto día de agosto, cuando pudo oír “el perfecto silencio de un atardecer”.
Ni el rumor del viento, ni el murmullo de las aguas de la vecina acequia que atravesaba la calle, ni el canto de las aves se escuchaban en aquella tarde que moría. Allí sentado, y acompañado de los cocuyos y luciérnagas de luz incierta, pudo experimentar en el perfecto final de una tarde lo “irreparable de la filosofía de la vida, invocando el réquiem eterno sobre las tumbas que cubrían el bosque”.
La espectacularidad del llano
Fue tan especial la percepción y correspondencia de don César Acosta con la ciudad, que sin el conocimiento de técnicas específicas, podía dibujar con trazos casi perfectos las inesperadas transiciones atmosféricas que cubría el cielo barinés, al igual que su paisano José León Tapia.
Estos cambios por lo general eran frecuentes en septiembre, cuando en palabras de don César, torrenciales aguaceros oscurecían la infinita “alongación pastiza, las majadas, rebaños y atajos procuran refugiarse en los matorrales”, único refugio, mientras terminaban los truenos y relámpagos que alumbraban inesperadamente las noches.
Contaba que así como venían esos aguaceros, también se iban con la rapidez de un rayo. Amainaban de repente, entonces volvía la calma y con ella la alegría de los seres que habitaban el paisaje llanero, acompañada por el canto de las aves de colorido plumaje que recorrían la sabana.
El primer cronista de Barinas, César Acosta Saldaña, describió el despertar del paisaje llanero tras los torrenciales aguaceros. Hato El Cedral. Foto Fernando Flores / wikimedia.org, febrero 2013.
Veía con regocijo cómo el campesino retornaba a su labranza recitando coplas y desafiando a Florentino, el mismo que contendió con el Diablo. En esa afinidad con su ciudad, don César resaltaba con la mayor simplicidad las espectaculares características que ofrecía el llano, como cuando escampaba repentinamente y el sol absorbía las últimas gotas de lluvia bajo un cielo esplendoroso.
Las lavanderas de la añeja de Barinas
En su análisis sobre “épocas vencidas y las que están por vencerse”, Acosta reconoció el trabajo doméstico de la mujer barinesa en su oficio de lavar ropa y planchar ajeno.
Reseñó cómo veía a las mujeres del pueblo que, entrada la mañana y en horas de la tarde, desfilaban cargando sobre sus cabezas bojotes de ropa sucia. Algunas con más coraje cargaban las bateas o tablas de madera rumbo al río, a la quebrada o acequias de la ciudad.
En las mañanas las mujeres se dedicaban a planchar. Madrugaban en su obligación para almidonar, exprimir y extender al sol docenas de piezas. Mientras que sobre el budare alimentado por leña, se iban calentando las planchas de hierro sobre tres piedras. Años después esas planchas fueron cambiadas por las de gasolina, y pudo conocer las planchas eléctricas, ya entraba la modernidad a la vetusta Barinas.
Una ciudad de tradiciones
La festividad solemne de la Virgen del Pilar, patrona de la ciudad de Barinas, con su misa de mediodía y la procesión de la imagen por las calles del pueblo cada 12 de octubre, era una aventura para Don César. Entonces contemplaba a los feligreses en ayunas que, aferrados a los preceptos cristianos, soportaban exhaustivas caminatas por las calles bajo el sol, y algunas veces bajo la lluvia.
Procesión de la Virgen del Pilar. Foto Marinela Araque, año 2012.
En la Semana Santa, luctuosa, señaló también la indiferencia de la feligresía al duelo espiritual ante la imagen del Cristo crucificado. A pesar de que esos días enlutados bajo las apacibles cortinas grises que cubrían la iglesia parroquial, la adoración en el calvario y las procesiones litúrgicas a los pasos de la imagen por las calles principales de la ciudad, un sector de la población se había extraviado del sentimiento cristiano.
No obstante, reconocía que en algunos hogares barineses aún se conservaban con rigor estas prácticas cristianas. La percepción de don César Acosta sobre esa efeméride religiosa era extraordinaria. Podía señalar con sutileza que una parte de la sociedad educada bajo la fe cristiana antes de procurar el traje adecuado para asistir a estas ceremonias de la semana mayor, se marchaban a la playa para darse “lujuriantes duchas yodadas”.
Ciudad de curanderos
Hasta los empíricos y las medicinas caseras fueron temas de interés para don César. Sin atribuirse sabiduría, sino apegado a la sentencia según la cual “el diablo no sabe todo por ser diablo sino por viejo”, retrató con minuciosidad aquellas primeras décadas del siglo XX de una Barinas asediada por el “oscurantismo e inquietudes de donde solo se distinguían súplicas maternales y ruego al cielo en la desesperación de un hijo enfermo”.
La ciudad de los marqueses estaba desahuciada por su pobreza a principios del siglo XX, registraría Acosta Saldaña. Palacio del Marqués, Barinas. Foto. Ramón Contreras Frías, años 50. Dig. Marinela Araque.
Para esa época no existían en la ciudad farmacias, médicos graduados, inyecciones, ni antibióticos, como tampoco hospitales, ni clínicas, ni medicaturas. Para don César la ciudad de marqueses y condes estaba desahuciada por su pobreza. Sin embargo, así como conoció a curanderos que con morral a cuestas rondaban las precarias viviendas de los habitantes, también recordaba al doctor Rafael Medina Jiménez que llegó a la capital llanera a mediados del año 1905, así como al médico y político doctor Hernán Febres Cordero, y al practicante barinés don Jesús María Tapia Iriarte, famoso por sus aciertos en la cura de enfermedades tropicales.
Lógicos reconocimientos
Don César Acosta Saldaña, primer cronista de Barinas. Foto archivo Oficina del Cronista.
En su larga trayectoria recibió merecidos reconocimientos como la medalla de oro en su Primera Clase Juan Antonio Rodríguez Domínguez, otorgada por la gobernación del estado Barinas; el diploma y la medalla Honor al mérito, concedido en el año 1967 por el Concejo Municipal del Distrito Barinas. Asimismo, la Federación Venezolana de Maestros le entregó un pergamino por el valioso aporte brindado a la cultura barinesa.
En 1972 es honrado con la nominación de Miembro Honorario del Rotary Club de Barinas. Además, fue padrino de la VI Promoción de Bachilleres en Ciencias, egresados del Instituto Bachiller Elías Cordero.
Don César Acosta Saldaña fue un hombre autodidacta y virtuoso que concibió su vida apegado a la verdad y la honradez. Por ello escribió los recuerdos de la ciudad que lo vio nacer. Testimonios que solía comenzar con la frase “si la memoria no me falla”, justificada quizá por una lucidez que conservó hasta el final de sus días.
Muere en la ciudad de Barinas el 24 de abril de 1983 a la edad de noventa y nueve años. Vivió 17 años del siglo decimonónico y 82 del siglo XX.
Fuentes consultadas
Acosta, César. La trayectoria de una vida: nota autobiográfica. En La Prensa de Barinas. Barinas, viernes 22 de marzo de 1991, p. 31/Reportaje.
Denuncia, que algo queda… Una placa de bronce de Antonio Nicolás Briceño, en Barinas, será restituida a su lugar tras la denuncia formal de IAM Venezuela. […]
El diario La Prensa, el “más importante de Barinas” según el historiador Virgilio Tosta, se constituyó en un periódico de trascendencia cultural en la sociedad barinesa de finales del siglo XX e inicios del XXI. Pese a su reputación patrimonial, fue clausurado tras 11 209 ediciones impresas. […]
La pintura La muerte de Girardot en Bárbula, de temática histórica, lo hace merecedor de su primer reconocimiento artístico y de una beca para estudiar en Europa. […]
Usamos cookies para asegurar que te damos la mejor experiencia en nuestra web. Si continúas usando este sitio, asumiremos que estás de acuerdo con ello.Aceptar
Be the first to comment