
Nombre: reloj-carillón de la Catedral de San Cristóbal
Año: 1961.
Tipo de patrimonio: tangible / mueble.
Administrador custodio o responsable: Diócesis de San Cristóbal.
Instalado en un campanario a 30 m de altura, el reloj-carillón de la Catedral de San Cristóbal (Monumento Histórico Nacional) marcaba en puntual música de bronce la vida de la urbe andina. Hoy está mudo y lejos de arrullar de nuevo a la ciudad con su perfecta sinfonía de campanas.
Historia
Descripción
Valores patrimoniales
Situación actual
Ubicación
Fuentes consultadas
Historia
«Cariátides de tan ‘alegre cielo’»
Desde cualquier colina o extremo urbano que permita columbrar la vasta amplitud de la geografía del valle de Santiago, dominan, por su volumen y altura, las torres geminadas de la Catedral de San Cristóbal, en el sitio justo donde nació la ciudad. Ideadas en una perspectiva de monumentalidad, sobre los fuertes muros de la mampostería neogótica del siglo XIX, y adoptando una proporción en escala con la remodelada fachada, se elevaron por sobre el conjunto de la urbe con más gracia y reciedumbre, recién en el siglo XX.
Como le gustaba decir al poeta Pedro Pablo Paredes, con su característico tropo en prosa, estas dos torres son «cariátides de tan ‘alegre cielo’» [En 1569, el cronista de Indias, Fray Pedro de Aguado OFM, al escribir las relaciones geográficas filipinas, había descrito a San Cristóbal como: «La Villa es de alegre cielo y apacible temple»].

El carillón catedralicio
Por entre esos ventanales dobles, y en la torre norte o del reloj de la catedral, se dejan divisar veintitrés campanas, todas de perfil estilizado y sinuoso –el esquilón de los antiguos tratadistas-, verdaderas obras del arte de la fundición en bronce.
Se presentan ordenadas sobre una rígida estructura metálica, y acordadas a una escala musical de dos octavas, que permite tocarlas en clave. Las mismas yacen relegadas y olvidadas de la memoria urbana, y desarticuladas de un patrimonial reloj, que detuvo su andar en un tiempo no muy distante.

Instaladas en lo más alto, en el campanario de la iglesia Catedral de San Cristóbal, y como maquinaria de sonería del reloj catedralicio, conforman el «Carrillón del Cuatricentenario». Instrumento musical sinfónico, idiófono y por percusión, donado por la municipalidad de San Cristóbal, como parte de las celebraciones del año cuatricentenario de la fundación de la ciudad, cuya fecha central se conmemoró el 31 de marzo de 1961.
Por igual su instalación y puesta en funcionamiento representó el culmen de la remodelación de la catedral -proyectada por el arquitecto Graziano Gasparini-, la cual fue reedificada por la iglesia diocesana tachirense como homenaje a la ciudad de San Cristóbal, quien entraba al quinto siglo de existencia.
Las campanas del carrillón del reloj, según lo prescribían las rúbricas de la época, fueron consagradas en 1962 por Mons. Alejandro Fernández Feo, obispo de la Diócesis de San Cristóbal, siguiendo la solemnidad del ritual Benedictio Campanæ quæ ad usum eclessiæ benedictæ vel oratorii inserviat.
Donado por el ilustre Concejo Municipal del Distrito San Cristóbal
Aquella ilustre cámara edilicia que hizo posible la donación del carrillón -en consonancia con la arraigada tradición cultural musical tachirense del momento, de retretas y conciertos en las plazas y parques de la urbe y de ciudades y pueblos del interior del estado- según la inscripción que se encuentra en la sección media de la campana mayor del mismo, estaba integrada por:
«CONCEJO MUNICIPAL DE SAN CRISTÓBAL 1962/PRESIDENTE: LUIS ALBERTO SANTANDER/RAMÓN ZACARÍAS MÉNDEZ B.; DR. JOSÉ ADOLFO JAIMES/DR. PEDRO ROA GONZÁLEZ, SRA. MARUJA DE SÁNCHEZ/JESÚS MARÍA SÁNCHEZ C., GUSTAVO PAZ».

Personas de mayor edad, y quienes conocieron esta obra maestra de la campanología tradicional europea -en funcionamiento hasta fines de 1977 aproximadamente, cuando el instrumento es abandonado-, desde un nihilismo, indubitable, sobre su recuperación y nueva puesta en funcionamiento, lo evocan como un verdadero «concierto de campanas» cuyas notas musicales se expandían por los aires de la ciudad, hacia los cuatro horizontes.
El Himno Nacional y el Himno Oficial del Estado Táchira, en las fechas patrias; el Ave María y la Salve Regina (en el 5to modo del canto llano o gregoriano); el Tú reinarás, en la fiesta de Cristo Rey, el himno eucarístico Cantemos al amor de los amores, en la fiesta del Corpus Christi o alguna otra pieza barroca, conformaban parte del repertorio del carrillón. Las mismas se manifestaban como una auténtica función musical; una bien concertada y grata variedad de sonidos, medidas y pausas que se propagaban y dejaban oír con solaz, transformando por momentos, tanto la plaza Mayor (plaza Juan Maldonado) como los alrededores de la catedral, en verdaderas kerkides de un teatro griego o en una cavea o graderío de un teatro romano.
Una sinfonía de campanas para la urbe
Si bien no se ha podido precisar –hasta la fecha- su lugar de fabricación, las veintitrés campanas del carrillón catedralicio de San Cristóbal, único en el estado Táchira, aún conservan el timbre así como un fino y artístico acabado que denota la calidad del metal. Prueba semiplena de que las mismas fueron elaboradas según la técnica tradicional o artesanal de colada en bronce, para tocar en conjunto, por maestros fundidores de alguna casa de fundición especializada de Europa o de los Estados Unidos [si bien su diseño tiende a presentar más similitud con el diseño de las campanas elaboradas para carrillones en los Países Bajos (Holanda)].

Hace más de veinticinco años, cuando el último maestro carrillonero, don Josafat Somaza Chacón (fallecido recientemente a los 96 años), por la edad se retiró y dejó de engrasar y sincronizar el mecanismo del carrillón, esta obra de arte de la música en bronce entró en un silencio, probablemente eterno. No obstante, permanecen como reminiscencias de otros siglos, cuando la vida o toda actividad de los habitantes de San Cristóbal era regulada desde esta torre [la única construcción de la ciudad que ha mantenido una misma función, en el mismo espacio, por más de cuatrocientos cincuenta años] por el toque de las campanas, que les era familiar y sabían distinguir.
Nadie era ajeno al mundo de las campanas. Ellas anunciaban el día con el toque del alba, el mediodía y la noche con el toque de oración; los días de tormenta, con el toque de nublo o de plegaria; el llamado a misa con los tres repiques de la campana mayor [el último toque, era conocido como ‘el deje’ en el ‘país tachirense’ o ‘Das Tachiranisch Land’, denominación que le diera el viajero alemán Christian Anton Goering (1836 – 1905) en 1870, a su paso por San Cristóbal y al momento de describir las costumbres e idiosincrasia de los habitantes del estado Táchira, en su crónica Vom tropischen Tieflande zum ewigen Schnee]; repiques de gloria y de procesiones; el bautizo; el matrimonio, con el repicar de la campana mayor; la muerte, con los dobles o el toque a clamor; las calamidades públicas con el toque a rebato; las invasiones o guerras y las celebraciones.

En los tiempos actuales, si bien el silenciado carrillón sinfónico de la catedral enfrenta un futuro incertísimo, solo queda la certeza que tres de esos antiguos y patrimoniales bronces desafían a la modernidad y se resisten a enmudecer. En una clave, ya para muchos no inteligible, continúan, aferrados a la tradición, en pregonar a la urbe y a la metrópoli, el sentido de los ecos de su medieval función:
«LAUDO DEUM VERUM, PLEBEM VOCO, CONGREGO CLERUM, DEFUNCTOS PLORO, NIMBUM FUGO, FESTAS DECORO/ Alabo al Dios Verdadero, convoco al pueblo, reúno al clero, lloro a los difuntos, ahuyento las tempestuosas nubes, y a las fiestas doy decoro».
Campanas y poesía

En 1943 Manuel Osorio Velasco (1911 – 1988), poeta y pintor costumbrista tachirense, escribió cuatro poemas a las campanas de la Catedral de San Cristóbal. En estrofas de diez versos, siguió la métrica medieval castellana de conjugar un cuarteto y una sextilla, conocida como décima antigua.
En el epílogo del poemario, Rafael Pinzón, evocando pensamientos bellistas, galleguenses y del propio Osorio Velasco, describía el sentido del cuadro costumbrista de estos poemas:
«Cuando el sol desintegra su armonía luminosa en el prisma del atardecer; cuando realiza el poema vesperal en un solo verso cuyo ritmo se quiebra mansamente en las cumbres de la montaña, la noche llega a rezar su letanía de benéfica paz. Entonces es la hora de la elevación: en las calles de nuestros pueblos se acentúa el silencio para que suene más el toque de campanas del “Ave María”, que es la señal que el cielo espera para que una aquí, otra allá, varias luego, innúmeras después, las estrellas indiquen los caminos que conducen a la meditación, flor del espíritu y cuenca del misterio. Entonces es la hora de los que piensan, y sufren y aman, y sueñan; la hora de asemejarse a Dios cuando fue creador. / La noche de la cordillera parece que tiene empeño en darle al hombre que anda sobre la tierra un rápido acercamiento con el infinito. Los páramos tapizan el paisaje del mu con los vilanos de la neblina, y el valle y la meseta y el altiplano se hacen comarca de la niebla».
Alba y mediodía, ángelus y nocturno, de Manuel Osorio Velasco, 1943.
Alba. Caracol de la campana / sobre los techos dormidos, / dulce dueto con los nidos / al despuntar la mañana. / Y la torre se engalana / con su canción y alza el vuelo / en espirales de anhelo, / roza la verde pradera / y olvida la cordillera / para llegar hasta el cielo.
Mediodía. La ondulación campanera / viene repleta de sol, / y en forma de caracol / llena de cantos la espera. / Plenisolar montañera / atenta a la melodía / del tilán de mediodía / que la campana en sus trinos / va regando los caminos / con cantos de primavera.
Ángelus. Canta el bronce su momento / de Ángelus y oración, / y es tan triste su canción / que se parece a un lamento. / En los senderos del viento / es reina la golondrina; / del lomo de la colina / las nubes con gris sudario / van llegando al campanario / que solloza a la sordina.
Nocturno. De luto la serranía / Azul marino está el cielo, / y está vestida de duelo / también esta pena mía. / La campana que escondía (monótona paraulata / no canta su serenata / con fina voz de cristal, / y los cocuyos luceros / florecen en los senderos / mirando la Cruz Austral.
Descripción
Una visual del arte de estas icónicas torres –por representar para la ciudad, a lo largo de su historia secular, un punto de referencia religioso y cultural- , nos expone muros recubiertos en color blanco colonial, lisos y de formas sencillas, como lo eran los altos imafrontes coloniales venezolanos [en el caso de la iglesia de San Sebastián de los Reyes, en el estado Aragua o en la misma Catedral de Caracas].
Solo resaltan, enriquecidas, en la parte del ventanal inferior –cerrado con rejillas de alargados barrotes en madera torneada al estilo barroco- un marco o arquitrabe de losas rectangulares de granito bajo un barroquizado frontón, interrumpido y brisado. Más arriba, dos piedras armeras, de granito, labradas en medio-relieve, portan el águila y los roeles de la heráldica papal de Pío XI (torre norte) y la cruz lanceolada, las flores de lis y el águila bicéfala de la heráldica episcopal de Mons. Alejandro Fernández Feo (torre sur).
Continuando, y con la vista bien en alto, se pueden identificar el contorno y los ornamentales marcos de las cuatro esferas del reloj, ideados en un cuadrifolio ojival cuyos extremos están separados por partes angulares.
Sobre una cornisa en saledizo y con un perfilado cimacio en gola, se levanta el cuerpo del campanario propiamente donde solo destacan cuatro sobrias columnas toscanas, embebidas en recortados muros esquineros, de fuste seccionado –en granito martillado- y una arquería cegada, sin jambas, sobre los vanos o ventanales dobles de reminiscencias románicas.
Cerrando la perspectiva, un arquitrabe y moldurado cornisamento -de cimacio en caveto-, marca el transfigurar de la forma recta y prismática de las torres a unos ochavados y ovoideos pináculos, coronados con cruz latina, trebolada y calada en hierro forjado.
Su funcionamiento
Cada campana está fundida en una determinada nota lo cual permitía accionar las mismas como un instrumento musical, a distancia, desde un tablero de mando que se ubicó a la entrada de la torre –y en la actualidad, no funcional, desarticulado y desarmado-.
El sonido, armónico y acompasado para el oído del común –si bien especialistas en música determinan que las campanas, por su misma naturaleza, solo pueden generar un acorde imperfecto y menor-, se lograba a través del golpe de veintitrés electropercutores o mazos de bronce, de percusión rápida –que sustituyen la función del tradicional badajo-; estos eran operados por motores eléctricos, del tipo de los solenoides, de 220 voltios, fabricados por la casa australiana Bremse. Los mazos se encontraban instalados, adecuadamente, tanto en el exterior como en el interior las campanas.

El carillón propiamente, está ubicado en el campanario de la torre, a 30 m de altura. Se accede luego de ascender un primer tramo de 80 escalones hasta el habitáculo del reloj –que conserva en su interior los muros ochavados y ventanas ojivales ya tapiadas del último cuerpo de la antigua torre del siglo XIX- y luego otro tramo de 20 escalones hasta el carrillón, por medio de una estrecha escalera metálica tipo molinero. A su vez, el carrillón conformaba la sonería o sección sonable del reloj de la catedral, de cuatro esferas.
De la observación de las partes que permanecen, se puede aproximar al mecanismo de funcionamiento. Reloj y carillón, en niveles diferentes, estaban unidos por un ordenado sistema de varillajes, engranajes y conexiones eléctricas, en la siguiente forma: cuando las alanceadas y acompasadas agujas del reloj, incrustadas sobre blancas esferas, marcaban las horas -identificadas por números romanos-, el movimiento mecánico de las varillas y engranajes, en el habitáculo del reloj, accionaba un sensor eléctrico del tablero de mandos del reloj que, por medio de cableados, descendía una señal y activaba el tablero del carrillón, al pie de la torre.
Un dispositivo de disco magnético –probablemente- en el cual se almacenaban las piezas musicales, convertía estos registros en impulsos eléctricos tanto para el encendido de los motores eléctricos como para activar cada uno de los mazos de las campanas. Estos impulsos llegaban hasta el campanario a través de cables conductores lineales, los cuales accionaban el carillón de forma automática.
Ponían primero en funcionamiento el denominado «carillón de las horas» o campanas que indicaban o tocaban solo las horas, los cuartos o la media hora, seguido -en un segundo momento- del «carrillón del Ángelus o de la Oración», conjunto de campanas que interpretaban melodías -a las 6 a. m., 12 m. y 6 p. m., así como piezas especiales en diferentes solemnidades del antiguo año litúrgico o preconciliar.

La superficie del tercio o sección superior de cada campana, está ornamentada con cuatro cordones o finas bandas horizontales que rodean la pieza. Junto a los cordones y en forma paralela, se encuentran motivos ornamentales como rosetas góticas entre elaboradas cardinas de alargados follajes y roleos, la figura de un ángel de rodillas tocando una viola, y una crestería invertida. Entre los cordones del tercio, se grabó la siguiente inscripción: «A.D. 1962» y en el lado contrapuesto una numeración que, en el caso de la campana mayor es «4033». El medio pie se ornamentó con tres o cinco cordones seguidos y paralelos, según el tamaño de la campana.

Por la esbeltez, forma y tamaño, estaban diseñadas para emitir diferentes sonidos sinfónicos con un acorde perfecto, de claros y solemnes timbres, de máxima propagación y en tiempos exactos. Asimismo, todas sus variadas dimensiones guardan una adecuada proporción con el espacio del campanario, que comprende un área la cual se aproxima a los 6 x 6 m.
Los tonos más bajos o graves, actuando como bordón en los toques, lo producían cinco campanas más grandes –la mayor tiene una altura y diámetro de 75 cm respectivamente- que se encuentran en el nivel inferior del sistema del carillón que, al accionarse, repicaban tanto por el antiguo método del bandeo (media vuelta) o del vuelo (por vuelta completa de la misma campana), mediante cadenas, o bien por el accionar de un martillo grande o mazo.
Los tonos medios y altos, eran producidos por dieciocho campanas fijas (solo accionadas por mazos o percutores): catorce de ellas, de menor tamaño, en la sección superior, ordenadas linealmente –en la escala armónica, de mayor a menor- en dos líneas o barras paralelas, de siete campanas cada una (según la estructura general de los carrillones, cada una de estas siete campanas debían formar una octava afinada en sol mayor o Sol, La, Si, Do, Re, Mi, Fa#). Entre estas dos series diatónicas, se ubicó una tercera línea o unísono con cuatro campanas de igual tamaño, de tonos idénticos o que repiten una misma nota.
Con las antiguas campanas, suman veintinueve

Acompañando a las veintitrés campanas del carrillón, y ancladas a un yugo travesaño en la sección superior de los vanos o ventanales norte, oeste y sur del campanario, penden aún las seis viejas campanas romanas, de fines del siglo XIX, oteando el crecer continuo de la urbe. Solo dos de ellas, en los ventanales que dan hacia el poniente, poseen inscripciones. Una, en su medio pie, el nombre de «Santa Cecilia», otra, la más nueva –en su medio- el año de realización «1948».
De estos seis bronces catedralicios solo tres continúan en uso, accionados por el tradicional método del repique manual o toque por badajo, a través de cordeles que van desde la altura del campanario hasta el nivel de ingreso.
Valores patrimoniales

El reloj-carillón de la Catedral de San Cristóbal es una compleja maquinaria de sonería catedralicia, compuesto por 23 campanas, donado por el Concejo Municipal del Distrito San Cristóbal para celebrar el cuatricentenario de la fundación de la ciudad, cuya fecha central se conmemoró el 31 de marzo de 1961.

Instalado en el campanario de la catedral, adquiere con este monumento histórico un poderoso referente religioso y cultural de la capital del estado Táchira. Su puntual sinfonía de campanas marcaba, en acordes perfectos, el alba y el crepúsculo de la ciudad, la vida y la muerte, la misa y las fiestas patronales a mediados del siglo pasado.
Su instalación y puesta en funcionamiento representó el culmen de la remodelación de la catedral -proyectada por el arquitecto Graziano Gasparini-, la cual fue reedificada por la iglesia diocesana tachirense como homenaje a la ciudad de San Cristóbal en las puertas del quinto siglo de su existencia.
La iglesia Catedral de San Cristóbal es un Monumento Histórico Nacional, según decreto del Ejecutivo Nacional publicado en la Gaceta Oficial de la República de Venezuela, Nº 26 330 de fecha 13 de agosto de 1960.
Situación actual
En desuso. Regular estado de conservación.

Ubicación
Catedral de San Cristóbal.
Fuentes consultadas
Osorio Velasco, Manuel. Comarca de la niebla, cuaderno de poemas. Grupo Yunke, San Cristóbal, 1943, poemas 15, 16, 17 y 18.
Sánchez, Samir A. El reloj-carrillón de la Catedral de San Cristóbal (Venezuela), un «concierto de campanas» detenido en el tiempo. En Proyecto ExpArt, 23 de agosto de 2016. https://goo.gl/UbKJdE.
Investigación: Samir A. Sánchez. Profesor titular de Historia del Arte, Historia del Urbanismo y de Métodos en la Investigación Científica en la Universidad Católica del Táchira (San Cristóbal – Venezuela).
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