
La iglesia Divino Redentor de San Cristóbal es un ejemplo destacado del arte moderno -en el campo específico religioso- y verdadera síntesis de la mejor arquitectura de vanguardia del siglo XX venezolano. Su autor, Fruto Vivas, calificaría esta obra como «una referencia fundamental de mi trabajo como arquitecto».
Nombre: iglesia Divino Redentor.
Año: templo 1954; areas circundantes: 1957.
Autor: arquitecto Fruto Vivas.
Tipo de patrimonio cultural: tangible / inmueble.
Administrador custodio o responsable: Diócesis de San Cristóbal.
Historia
Descripción
Valores patrimoniales
Situación actual
Ubicación
Fuentes consultadas
Historia
«Nos gusta acercarnos, no sabemos bien por qué, a la iglesia del Redentor por la tarde. Cuando ya el día se despide. Cuando ya la noche se aproxima. Cuando, como para despedir al uno y para recibir la otra, brilla aún, sobre las colinas del fondo, el sol de los venados. A la luz de este adquiere el templo, indudablemente, fulgores inusitados, sorprendentes, perfectos. Es entonces cuando logramos verlo mejor… Lo demás, aquí, es la ‘soledad sonora’ del alma que con él, el Redentor, se cita»
Pueblos del Táchira, Pedro Pablo Paredes (poeta, 1917-2011).
Un nuevo urbanismo para la ciudad
La década de los años cincuenta del siglo XX representó para la ciudad de San Cristóbal (estado Táchira – Venezuela) un punto de inflexión en su dinámica urbana y arquitectónica, sobre los espacios perfectamente geometrizados.
Los antiguos y armónicos perfiles arquitectónicos citadinos, heredados en su mayoría de la época colonial española -en el siglo XVI y levantados a lo largo de las terrazas que conforman el valle de Santiago- comienzan a ceder ante nuevas tendencias y formas, respaldadas por el uso masivo del concreto armado.
Así, y como parte de las nuevas soluciones para viviendas unifamiliares y multifamiliares que se van desarrollando en todo el país, en 1954 se iniciaba el banqueo del terreno para la construcción de lo que pasó a denominarse «Unidad Vecinal», impulsada por el Ejecutivo nacional presidido por el general Marcos Pérez Jiménez.

Esta se inspiró en la expresión neighbourhood unit creada por Clarence Perry (1872 – 1944) en 1916. Este urbanista estadounidense había replanteado la teoría arquitectónica de la «Ciudad jardín», al integrar a las áreas residenciales edificadas y zonas verdes, un tercer elemento: equipamientos o servicios específicos que cumplirían la función de foco social y cultural de esa unidad vecinal. En esta la separación entre residencias, escuela, teatro, iglesia, plaza, centro de distribución de alimentos y otros no debía exceder la distancia que una persona pudiese recorrer a pie en un tiempo máximo de 10 minutos promedio, por trayecto. El urbanismo así concebido le otorga un marco específico de pertenencia e identificación a sus habitantes con su zona residencial.
El nuevo proyecto urbanístico se ubicó al sureste de San Cristóbal en un área que, para su momento, era extramuros o afueras del trazado reticular o de damero de la ciudad vieja. Y se levantó sobre terrenos de aluvión producto del acarreo, acumulación y remodelado de sedimentos provenientes de las estribaciones de la Sierra de la Maravilla, al oriente de la ciudad.
La urbanización quedó enmarcada en el Plan Nacional de Vivienda, financiado por el Banco Obrero y presidido para la fecha por el ingeniero tachirense Alberto Díaz González. Incluía la construcción de áreas de servicio, deportivas y culturales concéntricas a una plaza o ágora central, debiéndose elaborar todo a partir de nuevas formas constructivas.
La concepción de la iglesia como hito urbano
En reunión que sostuviera el obispo de la Diócesis de San Cristóbal, monseñor Alejandro Fernández Feo, con el presidente del Banco Obrero, el prelado le expuso la necesidad de dotar al nuevo sector urbano de una iglesia, en la cual se pudieran atender los requerimientos espirituales de sus pobladores con criterios artísticos-arquitectónicos propios de los nuevos tiempos. La misma fue aceptada por el presidente del banco.
Ambos no solo enfatizaron en la conveniencia de la petición, sino en definir un proyecto arquitectónico que convirtiera la iglesia en un hito urbano para la ciudad de San Cristóbal, en un auténtico monumento arquitectónico religioso.
Posteriormente, obispo y presidente del banco concertaron con el arquitecto tachirense Fruto Vivas (José Fructuoso Vivas Vivas, La Grita, 1928) para que se encargara del proyecto. Vivas estaba recién egresado de las aulas de la Universidad Central de Venezuela (UCV), y ya sobresalía por su visión de la arquitectura sustentada en una gran libertad de creación espacial y estructural. Asimismo, los planos de ingeniería de la nueva iglesia en la Unidad Vecinal le fueron encargados al Ing. Eligio Vivas.
En varias ocasiones el ilustre arquitecto tachirense ha relatado estos acontecimientos:
«Mis primeras obras de arquitectura las hice en San Cristóbal, ellas son una referencia fundamental de mi trabajo como arquitecto. Hay una obra en especial, que fue la iglesia del Divino Redentor en la Unidad Vecinal, obra que fue encomendada por el obispo del Táchira monseñor Fernández Feo. Esta iglesia tiene para mí referencias extraordinarias. La primera, que le dije a monseñor, fue que para diseñar la iglesia necesitaba una clase de liturgia, la que él me dio durante varias horas. Y al día siguiente, a las 6 de la mañana, nos fuimos al terreno para iniciar la construcción de la iglesia sin haber dibujado un solo plano. Al llegar al potrero, lleno de grandes rocas, le dije a monseñor que escogiera la piedra para el altar y en un acto de gran misticismo, con una hoja, tomó agua de una fuente, y bendijo la piedra repitiendo el ritual de San Pedro: ‘Sobre esta piedra, edificaré mi Iglesia’.
Así se dio comienzo a la talla de la piedra para el altar. / La segunda referencia es que estábamos en el año 1954, en el gobierno de Pérez Jiménez, y todas las obras se hacían para inaugurarlas el dos de diciembre. Apenas quedaban tres meses y medio para esa fecha. Yo me comprometí a hacer el techo y el Banco Obrero organizó una de las hazañas más impresionantes que he visto en construcción: traer más de dos mil obreros artesanos de Colombia, ir a todas las alfarerías de Capacho, Cúcuta y Bucaramanga y comprar todos los ladrillos, cerca de dos millones de ladrillos, que comenzaron a llegar en pocos días. Con el ingeniero del Banco Obrero marqué el muro de la iglesia en el suelo. Los ingenieros calcularon las fundaciones y, en una semana, ya estaban pegando ladrillos. El dos de diciembre, el presidente inauguró la iglesia, realizada en un acto insólito de audacia y de técnica, siendo para mí la obra primigenia, que la vi nacer y terminar en tres meses y medio. La otra obra fue realizada en la misma fecha en que se hizo la iglesia»¦»
(Extracto del discurso del arquitecto Fruto Vivas en el acto del conferimiento del doctorado «honoris causa» en Arquitectura, Universidad Nacional Experimental del Táchira. San Cristóbal 21 de junio de 2011, p. 53).
Una amistad de milagro
De las reuniones entre ambos actores, surgió una amistad y una verdadera simbiosis que se materializó en la estructura de la iglesia de la Unidad Vecinal. El arquitecto, agnóstico y de ideología comunista, recibió lecciones de religión; mientras que el obispo cedió a la edificación de una iglesia según los cánones modernistas de simplicidad, espacialidad y funcionabilidad que le presentaba el arquitecto. Un verdadero milagro para alguien formado en la más pura tradición preconciliar o tridentina -pero quien compartía las propuestas del movimiento litúrgico, iniciado en Solesmes (Francia) a fines del siglo XIX que proponía el retorno a la liturgia de la domus ecclesiae, de los orígenes del cristianismo, y organicidad del espacio litúrgico.

Estos valores arquitectónicos o tendencia constructiva moderna ya habían sido puestos a prueba por Le Corbusier con la capilla de Notre Dame du Haut en Ronchamp, Francia, finalizada en 1950 y uno de los primeros ejemplos de lo que sería la arquitectura religiosa en el siglo XX. La impronta de Le Corbusier (la imponente cruz exterior, el púlpito exterior o el uso de formas parabólicas y espacios abiertos entre otras), como maestro de la arquitectura moderna, queda fijada en elementos específicos de la iglesia El Divino Redentor de San Cristóbal, transmitidos a través de la escuela latinoamericana que él formó, durante su estadía en Brasil en 1936. Oscar Niemeyer aprendió la nueva visión de libertad de los volúmenes y espacios del mismo Le Corbusier, y Fruto Vivas aprende de Niemeyer durante el tiempo en que trabajaron juntos.
Por igual, es de destacar cómo en la ciudad de San Cristóbal -en ese período de avance e innovación en las construcciones- en 1955 los padres dominicos iniciaban la construcción de la impresionante iglesia de Santo Domingo de Guzmán (conocida comúnmente como «Iglesia El Ángel», por la escultura que preside su fachada).

Esta obra, finalizada en 1957, resultó una estructura de dimensiones monumentales. Fue diseñada por el alarife don Jesús Manrique y los cálculos estructurales, por su hijo el Ing. Fernando Manrique. El modelo arquitectónico que reprodujo -con originales variaciones y adaptaciones- se tomó de los lineamientos de la arquitectura religiosa modernista desarrollada por Francis Barry Byrne (1883 – 1967), específicamente en el aplicado por este arquitecto a la edificación de la iglesia de San Francisco Xavier (Kansas City, Missouri, Estados Unidos), construida en 1949.
La piedra angular de la iglesia

Continuando con el relato de la construcción de la iglesia Divino Redentor, y con ocasión de encontrarse en el terreno de las obras para seleccionar el área donde se construiría, monseñor Fernández Feo y el arquitecto Fruto Vivas caminaron sobre varias rocas y piedras que habían quedado al descubierto, producto de la limpieza del área. Entonces vieron una inmensa roca, casi de forma rectangular, que llamó la atención del obispo, por su volumen.
Luego de observarla y configurar su entorno, Fruto Vivas tomó una barra y partiendo de la roca, sobre el terreno, trazó la forma geométrica o parábola que ya había previsualizado -donde, a partir de sus cimientos, se elevarían los muros de la obra, cual lienzo pétreo envolvente- , diciéndole a monseñor Fernández Feo: «Aquí está su iglesia».
Como hecho singular, esta roca inicial y ahora altar mayor, fue recortada, cincelada y pulida en su mismo lugar, sin trasladarse, siendo la verdadera piedra angular de toda la estructura arquitectónica. La construcción del templo finalizó en diciembre de 1954, y de las áreas circundantes concluyó en 1957.
La ubicación de la roca motivó que la orientación longitudinal de la iglesia no se diera con la precisión de la prescripción litúrgica de la época, de este-oeste, sino en una ligera variación lineal noroeste-sureste.
En cuanto a la denominación de la iglesia, inicialmente fue la de «Cristo Redentor de la Unidad Vecinal», denominación que se empleó hasta 1966, cuando monseñor Fernández Feo, crea -de la parroquia eclesiástica de Nuestra Señora del Carmen- una nueva parroquia eclesiástica denominada Divino Redentor de San Cristóbal, y la iglesia comienza a ser identificada por este nombre. Si bien en el artículo 2º del decreto de erección se especificaba: «Señalamos para sede de la nueva parroquia la iglesia de CRISTO REDENTOR, levantada en la Unidad Vecinal».
En 1964 la Revista Tiempo de Venezuela dedicó su número 9 (Caracas, mes de febrero de 1964) a la Diócesis de San Cristóbal. Uno de sus artículos se tituló: Sobre un muro único, se levanta una Iglesia. Su redacción fue obra de Mons. Juan Francisco Hernández (ya fallecido), destacado sacerdote de la Diócesis de Caracas, quien fue enviado a San Cristóbal por la dirección de la revista para la realización de la edición especial.
Era un estudioso versado en la cultura artística, arquitectónica y religiosa de todos los tiempos. Dos ideas, extraídas de su texto, nos reflejan esa dimensión personal:
(a) «La arquitectura moderna dio su funcionalidad y belleza para plasmar el simbolismo religioso tradicional».
(b) «El proceso vital del muro parabólico protege el nacimiento de la pila bautismal, abraza la comunidad cristiana y se convierte en aleluya triunfal de las campanas».

Ante la conmemoración de los 65 años de las obras de la Unidad Vecinal y de su iglesia, y 55 del artículo de Mons. Juan Francisco Hernández en la Revista Tiempo de Venezuela, así como una orientación para el visitante que traspasa sus umbrales, quede el presente trabajo y especie de revival de los textos del 64 como manifestación de gratitud a los promotores, emprendedores y visionarios de un urbanismo humanista y planificado, quienes legaron arquitectura, arte y fe a la ciudad de San Cristóbal. Ellos previeron para la ciudad el mejor futuro posible, el más adecuado y conveniente.
Su legado perdura en la iglesia de Cristo Redentor / iglesia Divino Redentor de San Cristóbal, ejemplo destacado del arte moderno -en el campo específico religioso- y verdadera síntesis de la mejor arquitectura de vanguardia del siglo XX venezolano.
Descripción
La edificación
Conformada por piezas prismáticas de barro cocido y geometría, que humanizan el espacio en su dimensión de la fe, resulta una obra en concreto armado sin aristas y de planta parabólica. Las columnas que sostienen la misma se encuentran incrustadas y ocultas dentro de un único muro recubierto por un aparejo de ladrillos macizos de arcilla, corridos en su exterior, y combinados con canto atravesado en su interior.
Estos últimos estaban recubiertos, originalmente, por una capa cromática de tono azul no intenso y vitrificado, solo en su cara o canto exterior. En reformas posteriores los ladrillos de la estructura original de la iglesia fueron recubiertos de pintura industrial de tono azul intenso en todas las caras salientes, perdiendo con ello el vitrificado inicial.
Los ladrillos -material de uso tradicional en los Andes tachirenses- se prepararon de forma especial para la obra y su diseño, dándole una consistencia liviana y resistente así como una coloración que variaba del ocre claro del muro inicial al ocre oscuro y tornasolado de la torre, superficie última que genera un efecto o reflejo tisú cuando recibe la iluminación solar directa.
Exteriormente viene a resultar una Opus latericium o lo que los romanos identificaban como una obra hecha con ladrillos. A la distancia, el efecto visual logrado hace que el rígido ladrillo refleje la forma, suavidad y flexibilidad de un lienzo que se extiende y ondula.
«Es un modelo de la funcionalidad y belleza artística que puede lograr la arquitectura al plasmar los símbolos religiosos tradicionales dentro de los cánones del arte moderno, con los recursos de la técnica contemporánea y ajustándose a la actual depuración litúrgica.
Tales son las características de la Iglesia de Cristo Redentor. Su estructura fundamental, por lo demás de una notable sencillez visual, podría resumirse como un muro parabólico que, abriéndose desde el ábside hacia la planta del templo, se prolonga más allá de los canceles como una invitación, empinándose por el ala de la epístola hasta convertirse en torre, descendiendo por el ala del evangelio y doblándose sobre sí misma junto a la puerta lateral para abarcar el bautisterio, la casa parroquial y la sacristía.
Hay un profundo simbolismo de proceso vital en ese muro único que nace en el despacho parroquial, y en continuo ascenso protege el nacimiento sobrenatural en la pila bautismal, abraza la comunidad cristiana que madura espiritualmente al congregarse para la misa, los sacramentos y la predicación, y se convierte, por último, en el aleluya triunfal de las campanas».
Revista Tiempo, 1964.
El bautisterio
«EL BAUTISTERIO es un poema plástico. Reduce a formas visibles la función sobrenatural del bautismo, renacimiento divino por el agua y el fuego, que es la materia del sacramento, y por el fuego que simboliza al Espíritu Santo. Interpreta, además, el concepto teológico que señala al catecúmeno como un ser muerto en el espíritu, que va a resucitar, como Lázaro en su tumba, por una acción sobrenatural.
Por eso el bautisterio está ubicado, como en monumentos religiosos primitivos, fuera del recinto sagrado, ya que es precisamente el bautismo el que abre al catecúmeno las puertas de la iglesia, y al integrarlo en el Cuerpo Místico, la capacita para participar en la vida litúrgica.
Su entrada, cercana a la puerta lateral del evangelio, es estrecha y baja, como entrada de tumba hebrea. A través de ella, por un pequeño puente que recuerda el paso de los israelitas por el Mar Rojo a pie enjuto, se pasa al bautisterio. Este consiste en un espacio cuadrangular, enmarcado en un espejo de agua abierto al sol y rodeado por la alegría florida de la casa parroquial. La pila es un sencillo bloque ovalado de piedra, horadado a la manera de nuestros tradicionales pilones caseros. A través de una enredadera el sol ilumina el espejo de agua poblado de peces, como el Divino Espíritu vivifica las aguas lustrales».

De esta artística y teológica descripción, a la fecha no queda sino la roca pulida de la pila bautismal, y parte de la pared de cerramiento este, en ladrillo calado crucífero.
Es la sección del templo que, con el tiempo, se vio afectada por transformaciones y modificaciones que desdibujaron su diseño original. Desaparecieron la simbólica plataforma cuadrangular conformada por sencillas baldosas de igual forma, la centralidad espacial de la pila bautismal, el puente arqueado de ingreso al recinto, el espejo de agua que rodeaba la plataforma por sus extremos. El mismo, en la sección inferior de los muros, estaba recubierto o tapizado por pequeñas piedras de río de canto rodado blanco. Y el espacio a cielo abierto dio paso a otra estructura y otros elementos ornamentales ajenos al diseño primitivo de la obra.

Solo permanecen, como testigos, la monumental cruz latina exterior de concreto, cuya sombra al atardecer se proyectaba sobre el suelo del bautisterio y el muro de ladrillo perimetral de cierre con su reducida puerta al recinto. Esta, ahora, cumple la reducida función de un pasillo conector entre el exterior y el salón de reuniones parroquiales.

Fachada
Exenta de cualquier ornamentación tradicional de carácter religioso, animal o vegetal, la fachada queda enmarcada a su derecha (izquierda del observador) por el muro del bautisterio y a su izquierda (derecha del observador) por el muro de cerramiento sur en ascenso al campanario.
Solo la elevada cruz latina, exterior y de concreto, señala la función espiritual de la obra arquitectónica frente a la pared de cerramiento del bautisterio. Esta evoca la cruz que Niemeyer (1943) desarrollara para la iglesia de San Francisco de Asís (su primera obra maestra arquitectónica), en Pampulha/Belo Horizonte, Brasil.
El ingreso al recinto de la iglesia, a través de su frente o frontis, se da por medio de tres puertas rectangulares de corredera, en madera y que dan a un atrio sin pórtico o aporticado. Sobre el mismo sobresale visiblemente, en su parte superior, la pared de ladrillo calado crucífero, que cierra el espacio del coro.

La luz del atardecer, tamizada, resalta la espiritualidad del recinto. Contraluz del reverso de la pared calada de cerramiento del coro y de la fachada (Foto: Samir Sánchez, 2013
Adosado al muro de cerramiento sur o del campanario, a nivel del atrio, se ubicó un púlpito exterior de forma cúbica al cual se asciende por medio de cuatro peldaños rectangulares aislados e incrustados de plano en la pared.

Es un tipo de púlpito que se podría definir como Le Corbusier por cuanto fue este arquitecto quien diseñó, por primera vez, un presbiterio con púlpito exterior y vista hacia la pradera, en la capilla de peregrinaciones de Notre Dame du Haut, en Ronchamp (Francia), para el caso de celebraciones masivas fuera de la referida capilla.
La función que cumple es la de lugar para las predicaciones en las misas o celebraciones masivas cuando son presididas desde el atrio, como área de articulación directa de la edificación religiosa con el espacio público abierto frente a la iglesia, horizonte de prolongación de la nave de la misma.
En el interior del templo la puerta de acceso lateral, confesionarios y capilla se caracterizan por estar conformados por un vano abierto o inserto en el muro, en forma de parábola o arco de parábola de reminiscencia gaudiana. El vano de ingreso lateral está cerrado por puertas de madera con celosías.
«LAS TRES AMPLIAS PUERTAS del templo tiene el estilo de persianas verticales, lo que facilita la ventilación aun estando cerradas; y al abrirse deslizándose horizontalmente a lo largo del umbral, permiten, en los días de gran concurso, que el público, situado en la plazoleta de entrada, pueda seguir cómodamente las ceremonias litúrgicas».
Altar mayor
Se ubica en el ábside y presbiterio, y marca el vértice de la parábola que conforma la estructura de la iglesia, marcando el eje longitudinal de la misma.
Resulta uno de los altares mayores más originales del estado Táchira, seguido del altar mayor de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán (El Ángel) en San Cristóbal que, como lo recordara el anónimo autor del texto de 1964, evocan a las más antiguas rocas o pilares sagrados de los orígenes del judaísmo, denominados «masseboh» en singular, y «massebah» en plural.
Las mismas son descritas en el Libro del Génesis (28:22) cuando al despertar el patriarca Jacob de su sueño, consagró la piedra sobre la cual él soñó se iniciaba la escalera santa que conducía al cielo, diciendo: «Y esta piedra que he puesto por pilar, será Casa de Dios».

«Centra la vista y la atención de los asistentes el ALTAR, sólida masa de piedra enclavada en el elevado presbiterio. Dio la idea para el mismo un pesado bloque que emergió al realizarse el banqueo para el piso del templo. Se lo recortó, se escarcharon a cincel sus superficies y se lo ubicó a los pies del Crucifijo. Allí recuerda la alusión paulina: “y la roca era Cristo”, y evoca aquellos primitivos altares o massebah bíblicos de piedra rústica ungida con óleo consagratorio».

El Cristo Redentor de Fruto Vivas
Esta monumental escultura vanguardista de Cristo Redentor fue realizada en 1957 y modificada en su aspecto actual en 2002. La pieza, que dio nombre a la iglesia, fue tallada en madera con barniz mate y perizoma blanco en el proyecto original, en los talleres San Jorge de la ciudad de Cúcuta, por el escultor español Juan Ferrer. Este siguió el diseño y las indicaciones hechas por el arquitecto Fruto Vivas, quien la ubicó perpendicular al ara o altar mayor en forma pendular, por medio del sistema de cables de acero tensados, del techo del ábside del presbiterio.

Los maderos que conforman la cruz que sostiene la escultura del Cristo, fueron realizados -según la inscripción en lápiz, al reverso de la misma- por: «Esta cruz / fue construida / en Cúcuta / en 1957/ Edio A. Ramírez / Roque Sánchez Fisuco».
Su forma y dimensiones nos resulta una síntesis artística perfecta entre la alargada visión del Greco, los volúmenes monumentales de Miguel Ángel y la perspectiva surrealista de Dalí.
Fruto Vivas, además de modelar esta obra escultórica con una expresividad que denota una gran fuerza interior, se aleja de la iconografía cristiana tradicional de los crucificados al representar la figura de Cristo clavado no de las palmas de sus manos, sino a través de las estructuras óseas y ligamentos de las muñecas. Hecho singular ya representado en la imagen del Santo Sudario o Sábana Santa de Turín, Italia.

«Llena el ábside, sobre el altar, el imponente CRUCIFIJO, de tamaño heroico, suspendido del techo por fuertes guayas de acero. Sus brazos parecen sostener y equilibrar en poderosa tensión la inarmonía humana simbolizada en el complicado entrecruzamiento de guayas que soportan el techo.
Es una escultura realizada en madera, de una altura de cuatro metros de las manos a los pies. Representa un Cristo ya muerto, con la cabeza reclinada sobre el pecho hacia el altar en que, día a día, renueva su sacrificio. Su color amarillo ocre de cadáver resalta sobre el rojo ladrillo de los muros; dijérase que su sangre ya no le pertenece porque ha sido entregada toda a aquellos que representan a la Iglesia, que, como Cuerpo Místico suyo, prolonga sangrante su martirio.
Pareciera que aquellos brazos musculosos del obrero de Nazareth se prolongaran en los muros laterales como un abrazo de protección y de paz».
Presbiterio
«ENMARCAN EL PRESBITERIO tres elementos simbólicos del culto.
A lo largo del ábside corre una sencilla banqueta de ladrillo pulido en laca interrumpida en el lado del evangelio por un trono estilizado realizado en cemento blanco: como un símbolo del gobierno eclesiástico que reposa sobre el Obispo y su Presbiterio sacerdotal.
Un largo comulgatorio de madera se extiende entre el presbiterio y la nave, simbolizando la vida sacramentaria que permite a los fieles participar del Santo Sacrificio.
El púlpito, adosado al muro del evangelio, en el nacimiento de la nave, es un medio cilindro de cemento blanco, sin moldura alguna, como simbolismo de la predicación que debe ser así, sencilla y pura como el Evangelio.
Contribuye a centrar la atención de la audiencia en el presbiterio la iluminación natural cenital, producida por placas traslúcidas que interrumpen la techumbre sobre el altar y a todo lo largo del ábside, marcando un tenue contraste con la penumbra del conjunto de la nave».
Cubierta
Responde a un tipo de estructura de cubierta -la original con listones de madera y capa impermeable- ligera y tensada, de vigas de madera longitudinales con anclajes, puntos de amarre y cables tensores de acero, para sostener y evitar la flexión central de las vigas por la carga puntual, debido a la amplia luz del espacio a cubrir.
En una época posterior, el techo fue recargado con teja criolla -un elemento cobertor tradicional y de peso- que, desde el punto de vista artístico y arquitectónico, alteró la cubierta original y el diseño vanguardista de la obra.
«EL TECHO plano de madera, de una sola y ligera vertiente lateral que cubre la iglesia, es sostenido por un sistema de guayas entrecruzadas de acero que reparten la carga en leves columnas de cemento armado embutidas en los muros laterales. Esto libra la nave única de la reducción de espacio y visualidad que supondría la interposición de columnas».
Así, el haber entejado el techo original o, lo que es lo mismo, haber aplicado como solución el agregar peso inerte a la cubierta de la Iglesia diseñada por el arquitecto Fruto Vivas, implicó una contradicción arquitectónica importante ya que se agregó peso material a una estructura cuyo diseño original se caracteriza precisamente por su liviandad, específica para una cubierta de gran luz y pequeño espesor.
Campanario

La torre del campanario se erigió como el resultado de un cerramiento o doblez que sobre sí hace el muro lateral sur al envolver una rampa helicoidal en concreto armado, de diez niveles (incluyendo la plataforma superior o coronamiento de la torre), sostenida en sus extremos laterales por tres sólidas columnas de sección cuadrangular.

De esta forma, la torre, con excepción de un único vano frontal rectangular, ubicado en el último nivel techado, está parcialmente recubierta en un cerramiento de tres cuartos (arco de 270º o 3/2Ï€) por el muro perimetral, intercalado, de pares de ladrillos macizos de arcilla.

«LA TORRE. Como se indicó antes, el muro lateral de la epístola se prolonga 15 metros desde los canceles hacia la plazoleta frontal, siguiendo la proyección parabólica del interior de la iglesia, y en ascenso continuo hasta lograr los 25 metros de altura que tiene la torre. Está resuelto así el remate circular del mencionado muro, y consiste en una rampa en espiral de cemento armado rodeada de una pared ornamental de ladrillos y vanos intercalados que le comunica un carácter etéreo».
Valores patrimoniales

La iglesia Divino Redentor es un ejemplo destacado del arte moderno -en el campo específico religioso- y verdadera síntesis de la mejor arquitectura de vanguardia del siglo XX venezolano. Constituyó un quiebre en el perfil urbano de la ciudad de San Cristóbal a mediados del siglo XX, cuando aún predominaban las edificaciones de tapia y tierra pisada.

El templo marcó el punto de arranque de un arquitecto de la talla de Fruto Vivas, como dijera este en ocasión del doctorado honoris causa que en 2011 le otorgara la Universidad Nacional Experimental del Táchira: «Mis primeras obras de arquitectura las hice en San Cristóbal, ellas son una referencia fundamental de mi trabajo como arquitecto. Hay una obra en especial, que fue la iglesia del Divino Redentor en la Unidad Vecinal, obra que fue encomendada por el obispo del Táchira, monseñor Fernández Feo».
Esta edificación eclesiástica, como patrimonio, es bien de interés cultural de la nación incorporado al Catálogo del patrimonio cultural de Venezuela 2004 – 2007/TA 23/pp. 16 y 36, según Resolución N° 003-2005, del Instituto del patrimonio cultural, publicado en la Gaceta Oficial N° 38 234 de fecha 20 de febrero de 2005.
Situación actual
En regular estado de conservación. Se observan pintas vandálicas y filtraciones en las estructuras externas.
Ubicación
Unidad Vecinal, sureste de la ciudad de San Cristóbal, estado Táchira.
Fuentes consultadas
Biblia de Jerusalén, editorial Desclée de Brower, Bilabao, 1976.
PLAZAOLA, Juan, Arte e Iglesia, editorial Nerea, Hondarribia (Fuenterrabía), 2001.
SANTANDER, Gilberto. Historia eclesiástica del Táchira, San Cristóbal, 1986, tomo II, p. 1065.
Sobre un muro único se levanta una Iglesia. En Revista TIEMPO de Venezuela, Impresa en Tipografía Vargas, Caracas, febrero de 1964, Nº 9, extraordinario, pp. 23-29.
VIVAS, Fruto. Palabras al recibir el Doctorado Honoris Causa en la Universidad Nacional Experimental del Táchira, UNET, San Cristóbal, 2011.
Investigación: Samir A. Sánchez, @xamir2001. Profesor de Historia del Arte y Métodos de Investigación en la Universidad Católica del Táchira (San Cristóbal – Venezuela). Es autor, entre otras publicaciones, de “San Cristóbal Urbs quadrata” (2003), “Mors Memoriæ o la Extinción de la memoria” (2011) y “Diccionario de topónimos históricos del estado Táchira: siglos XVI a XIX” (2018).
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